El segundo domingo del Tiempo de Cuaresma siempre tiene como tema la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo.
El leer este pasaje dentro del contexto de la Cuaresma tiene como función consolidar el liderazgo de Nuestro Señor. Ya el domingo pasado reflexionamos cómo logra ser el vencedor de las asechanzas del maligno, pues no solamente lo derrotó en las tres tentaciones del desierto, sino en toda ocasión en que pudo haber cometido pecado.
El liderazgo de Jesús reflejado en el episodio de la Transfiguración se da por medio de signos y por medio de palabras. Los signos más importantes son que irradia la gloria de Dios, una blancura que ningún lavandero puede lograr en este mundo.
El segundo signo es que Jesús dialoga con Moisés y Elías. Estos dos personajes son los representantes del Antiguo Testamento pues Moisés representa la Alianza del Sinaí y la Ley, mientras que Elías representa a los profetas. Jesús, en medio de ellos, marca cómo por Él, o en Él adquiere unidad y sentido la historia de la salvación. El tercer signo es la nube que cubre a todos, pues ya desde la Antigua Alianza esto mostraba la presencia gloriosa de Dios.
Las palabras que refuerzan el liderazgo de Jesús son precisamente: “Este es mi hijo amado; escúchenlo”. Esto significa que Dios el Único, el Eterno con quien el pueblo de Israel hiciera alianza en el Sinaí, nos remite a Jesucristo para que obedezcamos lo que nos diga. Si miramos detenidamente, en todo este episodio se muestra la fuerte compenetración del Hijo con el Padre. No cabe duda que Jesucristo tiene un estatus mayor que los mejores mediadores del Antiguo Testamento, pero se remarca con mayor fuerza que Él y el Padre están muy unidos.
Jesús es reflejo de la gloria del Padre, nos dice san Juan (cfr. Jn 1,14) y la carta a los Hebreos (1,3). Este reflejo se da por la íntima comunión del uno con el otro. Por tanto, el camino de la comunión es el sentido del liderazgo que Él quiere ejercer con nosotros.
Pecar es romper la comunión. Vencer la tentación, por medio de la conversión y la perseverancia en el bien obrar, lleva a la permanencia en la comunión.
Como podemos notar, la temática de la Cuaresma no pone el acento en los aspectos negativos de nuestra conducta, sino en Jesús como aquél que nos guía.
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