El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos (Jn. 20,1-9).
Este domingo leemos el relato de la visita de las mujeres al sepulcro y cómo lo encontraron vacío. Es un testimonio unánime, que la primera noticia de su Resurrección fue el hallazgo del sepulcro vacío por parte de las mujeres. Al decirnos el evangelista san Lucas que no se trataba de dos personas que atestiguaban lo mismo, cumple la regla del testimonio válido. Ellos preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” Los dos testigos continúan su discurso pidiéndole a las mujeres que recuerden que Jesús ya les había avisado que era necesario que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de los pecadores, fuera crucificado y al tercer día resucitara”. Este aviso lo dio Nuestro Señor a lo largo de su camino de subida a Jerusalén. Jesús lo avisó por tres veces.
La primera vez la podemos encontrar en Lc 9,22. Este primer anuncio de su Pasión, Muerte y Resurrección lo hizo Jesús inmediatamente después de que Pedro le dijera que creía que era el Mesías (cfr. Lc 9,16-21). De esta manera es como Jesús explicó por primera vez a sus discípulos cuál era su destino en este mundo, a saber, ir a Jerusalén a morir en la cruz y resucitar al tercer día. Y también a partir de este momento les explicó cómo habrían de seguirlo ellos: “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23).
La segunda ocasión que lo avisó la podemos encontrar en Lc 9,44, ya en camino hacia Jerusalén. La tercera ocasión que lo avisó se encuentra en Lc 18,31-34, para este tercer anuncio el Señor ya se encuentra muy cerca de Jerusalén y de su Pasión. En esta tercera ocasión el evangelista nos dice a propósito de los discípulos: “ellos no comprendían nada de esto, no captaban el sentido de estas palabras ni entendían lo que decía” (v. 34).
Cuando aquellos hombres les dijeron a las mujeres que recordaran, también se les abrió el entendimiento. Comprendieron que los acontecimientos, por duros e irreversibles que parecieran, no tenían como término la muerte del Señor sino su Resurrección, ellas se encontraban en el amanecer de ese preciso día. Cuando decimos que creemos en la providencia de Dios podemos hacer referencia sin dudar a este pasaje, la vida del Hijo del Hombre no estaba en manos de sus enemigos solamente, sino principalmente en las manos de Dios Padre. Así nuestras vidas están plenamente en sus manos y nuestro destino es la Resurrección.
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