En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?’’ Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
El Evangelio de este domingo nos presenta la conclusión del discurso de las parábolas del Reino de los Cielos. Podemos catalogar la conclusión como la séptima parábola.
En esta breve comparación habla de un oficio genérico que se usaba tanto dentro del pueblo judío como en otros pueblos. Por ejemplo, vemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles (19,35), cuando Pablo se encontraba en medio de un tumulto de paganos que intervino un “escribano”, “magistrado” o “letrado” para calmar la situación. En la lengua griega es usada la misma palabra que usó Jesús en este discurso que escuchamos el día de hoy: “todo “escriba” (“letrado” o “magistrado”) que se ha hecho discípulo del reino de los cielos…”
En el contexto del pueblo judío se usa más la palabra escriba, esto era un oficio relacionado con el conocimiento y reproducción de los textos tradicionales del pueblo, de entre ellos las más importantes eran las Escrituras Sagradas.
Así pues, quienes estudiaban las Sagradas Escrituras, las reproducían en rollos para las sinagogas y ayudaban al pueblo a hacer una correcta interpretación eran llamados genéricamente escribas.
La parábola que Jesús dice es importante, porque recoge un valor al oficio de escriba como alguien que pone su ingenio al servicio del Reino de los Cielos. Esto nos permite ver que en ocasiones había escribas, hombres letrados que perseguían otros fines, como san Pablo lo denuncia en su Primera Carta a los Corintios (1Co 1,20) donde los tacha de gente dedicada a discutir y confundir a la comunidad. Cu
Ahora bien, existe ciertamente un término más específico para los judíos especializados en el pueblo para interpretar la ley: “los maestros de la Ley” y son mencionados en los evangelios de Mateo (22,35) y Lucas (10,25). A quien se le reserva el mayor título en esta nomenclatura es a Gamaliel en el libro de los Hechos de los Apóstoles (5,34). Este maestro de la Ley, era miembro del Sanedrín y es reconocido por san Pablo como su maestro, y cabeza de una escuela en Jerusalén. Así pues, Jesús reservó para los que se dedicaban a la enseñanza e interpretación de la Ley una parábola del Reino.
Mons. Salvador Martínez es rector de la Basílica de Guadalupe
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