Lectura del Santo Evangelio

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.

(Jn. 13, 31-33a. 34-35).

Las paradojas de la salvación

Este domingo nos preguntamos cómo es posible que la traición y la fidelidad coincidan dentro del plan de la salvación, lo mismo que el anonadamiento sea enunciado por el Señor Jesús como su inminente glorificación.

La lectura del Evangelio de hoy proviene del primer discurso de Nuestro Señor Jesucristo durante la Última Cena en el Evangelio de san Juan (Jn 13-14). Más que cualquier otro de los evangelios, e incluso que las cartas de san Pablo, el de san Juan gusta de mostrarnos algunas paradojas que reconcilian lo irreconciliable gracias a la intervención del Espíritu Santo.

Por ejemplo, el sumo sacerdote profetiza el sacrificio de Cristo en favor de todos, por asistencia del Espíritu Santo, cuando él conscientemente solamente pretendía, dar solución a la amenaza que representaba Jesús de Nazareth (cfr. Jn 11,50-53). El día de hoy Jesús habla de ser glorificado con una doble referencia: ser glorificado significa que Dios manifestará pronto que Jesús es el Hijo del Padre, pero también ser glorificado significa ser puesto en la cruz para morir.

Esta afirmación contiene la gran paradoja de dar vida a otros, muriendo por ellos. El contexto inmediato de estas palabras, sin embargo, nos incrustan en otra gran paradoja. Antes Jesús había anunciado a los suyos que sería traicionado, pero el llamado que hace inmediatamente después es al amor mutuo, como Él los ha amado.  Jesús nunca afirmó que fuera necesaria la traición de Judas para que Él manifestara su fidelidad al Padre, pero como sucedieron las cosas, la traición fue la circunstancia que llevó a la más grande muestra de amor fiel, la que Jesús dio al entregar la vida por sus amigos (cfr. Jn 15,12-13).

La fe cristiana implica desde sus inicios algunas paradojas como las que acabamos de profundizar y éstas se expresaron también en otros escritos. Veamos algunos ejemplos: San Pablo en el himno de Filipenses (2,6-11) expone que Jesús no se aferró a su condición divina, sino que se anonadó, pero al morir en la cruz fue exaltado por encima de todo en el cielo, la tierra y bajo tierra; otro ejemplo está en el cántico de la caridad del mismo san Pablo (1Co 12,31-13,13) donde afirma que aún entregándose para “ser glorificado” (morir violentamente), si no tiene amor, esto no serviría de nada.

A pesar de haber meditado tantos días sobre la muerte y resurrección del Señor cada domingo nos lleva a un nivel más sorpresivo y profundo de este gran misterio de nuestra fe.

Mons. Salvador Martínez

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