En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, y decían: “¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”.
Jesús les respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ese yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de Él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida.
“Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. (Jn 6, 41-51)
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El Evangelio según san Juan, a diferencia de los otros, no nos narra la institución de la Eucaristía en la Última Cena. En cambio, dedica casi la totalidad del capítulo sexto a una reflexión sobre la misma en un contexto distinto a Jerusalén: en el del lago de Genesareth y el pueblo de Cafarnaúm.
Para entender las afirmaciones que hace Jesús en este capítulo es importante reconocer que el evangelista usa un recurso llamado ironía joánica, es decir, que en muchas ocasiones Jesús está usando las mismas palabras que sus interlocutores pero en sentido espiritual o metafórico.
Por ejemplo, en el diálogo que sostuvo con la samaritana, Jesús hablaba de “agua viva” como un don espiritual y ella hablaba de agua en sentido material. Él encuentra el modo para ayudar a la mujer a comprender finalmente que era capaz de ofrecerle la salvación, no tanto un balde de agua.
En el contexto presente, Jesús inicia su discurso en Cafarnaúm haciendo una distinción entre “el pan perecedero y el pan que perdura para la vida eterna” (Jn 6, 27). Si el oyente no toma en serio esta afirmación entonces caerá en muchas confusiones y malos entendidos como lo demostrará casi al final del discurso.
Jesús ha comenzado a desarrollar un discurso de tipo espiritual, el pan que baja del cielo no es pan material como el que los judíos mencionan al hablar del maná. Ciertamente, era difícil aceptar el cambio de parámetros de su discurso, si el día anterior las personas habían comido pan y pescado hasta saciarse. Pero no estaba dispuesto a dar marcha atrás.
Jesús no se refiere a la carne material de sí mismo, no se refiere a la sangre material, esto lo volverá a aclarar cuando diga: “el Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les digo son espíritu y vida” (Jn 6,63).
Quienes fuimos bautizados desde niños ,y posteriormente asistimos por un buen tiempo al catecismo, aprendimos que la Sagrada Comunión es en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero el sentido de esta afirmación se circunscribe al ámbito del Sacramento de la Eucaristía, está en el ámbito de la fe cristiana. Jesús en verdad nos da Su carne y Su sangre en la Eucaristía y recibirla es participar de la Salvación que nos trajo.
Si nos obstináramos en darle un sentido material o literal a la expresión: “el pan que yo voy a dar es mi carne entregada para que el mundo tenga vida” no daríamos en el clavo, no comprenderíamos el verdadero sentido de lo que quiso comunicar.
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