Lectura del Santo Evangelio

Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”.

Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”. A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”.

Él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. (Lc 9,59-62)

La misericordia de Dios

Este domingo nos preguntaremos si Jesús podía o no hacer bajar fuego del cielo y por qué reprendió a sus discípulos por haberlo propuesto. Para ello analizaremos algunos pasajes del Antiguo Testamento donde se habla de este fenómeno o de fenómenos parecidos.

En el libro del Génesis, que nos reporta acontecimientos de la época de los patriarcas de Israel, hay un pasaje que trata sobre el castigo de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Gn 18,16-19,29). Dios le comunica a su siervo Abrahán que ha escuchado los clamores por las perversiones practicadas en dichas ciudades.

Dios envió a dos de sus ángeles a salvar a Lot y a poner por obra el castigo. El relato dice así: “Entonces el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra fuego y azufre. Arrasó aquellas ciudades y sus alrededores con todos sus habitantes y la vegetación” (Gn19,23-25). Otras ciudades que sufrieron parecidos castigos fueron Admá y Seboim (cfr. Os 11,8).

Cabe citar otro episodio en que cayó fuego del cielo y no fue en sentido de castigo. Me refiero al reto que planteó el profeta Elías a los profetas de Baal (1Re 18,20-40). Elías suplicó que bajara fuego del cielo para que encendiera su ofrenda, demostrando con ello que el Señor Dios de Israel era el Dios verdadero.

Como podemos observar, en el relato de hoy los discípulos proponen a Jesús que hagan bajar fuego del cielo.  Jesús verdadero, Dios y verdadero hombre, tenía la posibilidad de suplicar para que bajara fuego del cielo, de hecho, varios le pidieron dicho signo para creer en él, pero nunca quiso hacerlo.

En primer lugar, porque aquellos que se lo pidieron de entrada eran sus opositores, y en segundo lugar porque su misión no era castigar a nadie, sino mostrar la misericordia de Dios, este fue el principal contenido de su buena noticia.

Por ello, el evangelista nos dice que hasta reprendió a sus discípulos y los llevó a otra población.

Durante muchos años, aquellos que hablan del fin de los tiempos recurren mucho a las imágenes del fuego, y es que éste reúne dos características: servir para destruir, es un modo de castigo; Y servir para purificar, como se purifican los metales. En la literatura apocalíptica, así aparece: “el diablo y sus partidarios serán arrojados al lago de fuego que no se acaba” (Ap 20,10). Sobre este particular es importante comprender la finalidad de las imágenes las cuales se proponen, ante todo, provocar la conversión de los oyentes.

Mons. Salvador Martínez

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