A las personas que cobraban los impuestos a favor de los romanos se les llamaba publicanos. En general, eran mal vistos y tenidos por ladrones y amigos del dinero; sin embargo, de allí a haber una prescripción en su contra para impedirles entrar al templo, la parte permitida a los hombres llamada patio de Israel, es muy distinto. Algo diferente es el caso de aquellos que tenían algún tipo de enfermedad como la lepra o un defecto físico muy notable como la parálisis de las piernas. Estas sí eran consideradas como manifestaciones de impureza y por tanto incapacitaban a aquellas personas para acceder al Templo; otro grupo que no podía entrar al templo eran los paganos (Ez 44,4-14), para ellos había un patio especial donde podían orar sin profanar el templo.
El contraste que establece la parábola es entre el grupo que se consideraba más observante de la Ley y las tradiciones judías, este grupo es el de los fariseos. El contraste no especifica qué clase de pecados tenía el publicano, pero sí refleja su actitud de arrepentimiento y cómo implora la piedad de Dios. Conviene en este punto mirar una anécdota que nos narra el mismo evangelio de san Lucas en el capítulo 19. El encuentro entre Jesús y el publicano Zaqueo (Lc 19,1-10) en este episodio, Jesús visita la casa de Zaqueo y éste manifiesta en un cierto momento que daría la mitad de sus bienes a los pobres y si a alguno le había robado le devolvería cuatro veces.
Jesús declara con toda sencillez: “hoy ha entrado la salvación a esta casa”. Ciertamente existían los ritos y fechas especiales para la expiación pública de los pecados en el pueblo de Israel. Se podría decir que todo individuo del pueblo durante los días de la expiación, por participar en los ritos y por su propósito de conversión quedaba justificado. También los enfermos que se curaban realizaban los ritos de purificación en el templo. Pero esta justificación de la que habla Nuestro Señor Jesucristo es más bien, un acontecimiento interior, fruto de la misericordia de Dios que responde a la súplica del pecador.
Mons. Salvador Martínez Ávila es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
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