Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón. Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas… (Lc. 6, 12- 23).

Jesús lejos del estereotipo

Muchas veces solemos pensar que Jesucristo fue una especie de pacifista que procuraba no incomodar a nadie, porque esa es una imagen de estereotipo del cristiano bien educado propagada durante el siglo XIX.

Pero las palabras que leemos hoy en el evangelio nos permiten ver a un hombre profundamente libre y capaz de confrontar desde el estilo profético sapiencial hebreo a sus paisanos.

El punto central de hoy está en las dos series de sentencias de cuatro miembros cada una. Las primeras cuatro se llaman bienaventuranzas porque inician con la expresión “dichosos los…”. La segunda serie son ayes porque empiezan con la expresión “ay de ustedes…”.

Jesús no inventó las bienaventuranzas ni los ayes, él los tomó de la forma de expresar sentencias en el Antiguo Testamento. Veamos algunas: “Dichoso quien no sigue consejos de malvados” es la manera en que inicia el libro de los Salmos (Sl. 1,1), “Ay del hombre que junta casa con casa y campo con campo hasta no dejar lugar en el país” (Is. 5,8) fórmula con la que inicia una serie de ayes el profeta Isaías.

En el Antiguo Testamento no hay duda de que a los verdaderos profetas pocas veces les hicieron caso y mucho menos fueron bien tratados por sus coetáneos.

“A los videntes, nos dice Isaías, les piden que no vean. A los profetas les piden que no profeticen” (Is. 30,10).

Sobre todo, se debe a que muchos tomaban a los profetas por magos o hechiceros y por ello iban a consultarlos con la esperanza de que por su poder vaticinaran un futuro venturoso. Esto lo vemos patente con el profeta Miqueas Ben Yimlá quien es convocado por el rey a través de un servidor, que le recomienda lo que debe decir. Por supuesto, Miqueas rechaza la sugerencia y responde que él diría solamente lo que Dios le mandara.

Así pues, al anunciarle al rey la verdad fue perseguido y rechazado (cfr. 1Re 22,6-28). Jesús ejerció propiamente como un profeta y un buen ejemplo está presente en el evangelio del día de hoy. La misión del profeta es conducir al pueblo hacia la verdad, la fidelidad a Dios y como consecuencia hacia la vida eterna. Jesús dijo las bienaventuranzas y los ayes con toda libertad a riesgo de ser rechazado, pero cierto de que su contenido guía a todos por la senda de Dios.

Mons. Salvador Martínez

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