En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”.
Respondió Jesús: “El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’.
El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que éstos”.
El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
Las preguntas a Jesús
El texto que leemos hoy se encuentra dentro del ministerio de Jesús en Jerusalén ¿Qué importancia tiene este texto dentro de los acontecimientos en Jerusalén estando ya tan cerca la pasión del Señor?
Hemos llegado al domingo 31 del tiempo ordinario. En estos domingos leeremos pasajes del ministerio de Jesús en Jerusalén. La temática de discursos y discusiones de Jesús en Jerusalén (Mc 11,1-13,37).
Podemos dividir este capítulo en dos partes, los capítulos once y doce son el juicio sobre Jerusalén y el capítulo trece es el discurso sobre el fin del mundo.
El diálogo con los maestros de la Ley a propósito del mandamiento principal, que leemos hoy, es una forma de reacción contraria a los saduceos que habían cuestionado a Jesús sobre la imposibilidad de la resurrección de los muertos y Jesús les había demostrado que los muertos sí resucitan porque para Dios todos estamos vivos.
Él no es un Dios de muertos sino de vivos. Preguntar sobre el mandamiento principal era una forma de poner a prueba a Jesús y Jesús sale también airoso, pues responde con precisión el primer mandamiento del decálogo expresado en forma de exhortación: “escucha Israel…” (Dt 6,4-5).
La relación con aquellos que le ponían a prueba aún no llegaba a la controversia, pero el evangelista nos va mostrando una tensión creciente, pues Jesús más adelante (Mc 12,38-40) denuncia las costumbres hipócritas de los escribas.
Jesús fue condenado a muerte por blasfemia (cfr. Mc 14,62-63), pero en ningún momento esta se refirió a la manera como interpretara la Ley, sino por el hecho de aceptar ser el Hijo de Dios. Nuestro pasaje confirma la recta interpretación de Jesús y cómo nunca pudieron acusarlo de no saber interpretar la Ley de Moisés.
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