En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’.
En el discurso del buen pastor, Jesús usa mucho el concepto de pertenencia y no pertenencia, pero ¿Cómo se debe entender este puesto que las autoridades judías pertenecían al pueblo elegido?
La secuencia de temas que hemos abordado a lo largo del tiempo de pascua inició con los testimonios de Jesús resucitado, continuó con la reflexión sobre el Bautismo y la Eucaristía y concluirá con las reflexiones a propósito del liderazgo de Jesús.
La pertenencia y el destino mesiánico.
Hoy tenemos el primer aspecto de este liderazgo que es hablar de Jesús como buen pastor. El texto que leemos hoy es la segunda y última parte de su discurso, el discurso completo abarca la totalidad del capítulo 10 de san Juan.
En esta parte del discurso del buen pastor, Jesús establece una contraposición parabólica entre el buen pastor, a quien sí le pertenecen las ovejas y el asalariado, a quien no pertenecen las ovejas. La forma en que el Señor comprende la pertenencia en esta parábola no es de tipo genético.
Los hijos pertenecen al padre genéticamente, los hermanos entre sí se pertenecen genéticamente. La relación de pertenencia a la que se refiere Jesús, no surge de la obligación o de la consanguineidad. Surge, más bien, de la elección de unos por otros, al grado de poder ofrendar la propia vida por el bien de los demás. A partir de esta forma de entender la pertenencia es como Jesús habla de su propio destino mesiánico.
Jesús declara que no le quitan la vida sino que él la entrega voluntariamente. También da atisbos de la resurrección al afirmar que él tenía el poder de darla y volverla a tomar. Bajo esta misma línea de comparación, pero en forma contrapuesta, denuncia a las autoridades a quienes el bien de la grey no les importa porque en realidad no les pertenecen, o al menos no piensan que les pertenezcan.
Sucede el mismo fenómeno de cuando el Señor preguntaba en la sinagoga, “¿Qué está permitido hacer en sábado? ¿El bien o el mal? ¿Salvar una vida o dejarla que se pierda? Al buen pastor le interesa que todos tengan vida.
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