En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”.
Palabra del Señor.
¿Los cataclismos como que deje de brillar el sol y la luna, la caída de las estrellas y la conmoción del universo deben tomarse al pie de la letra o son metáforas?
Hemos llegado al domingo treinta y tres del tiempo ordinario, el próximo domingo será el último del ciclo litúrgico y celebraremos la solemnidad de Cristo Rey. Escuchamos un breve trozo del discurso de Nuestro Señor Jesucristo sobre el fin del mundo.
En este discurso, que abarca todo el capítulo trece del evangelio de san Marcos, Jesús pretende animar a sus discípulos a afrontar el futuro con realismo. La primera verdad a tener en cuenta es que todo lo creado tiene un principio y un final. Si este mundo es creado, tuvo un principio en el tiempo y tendrá un final en el tiempo.
Desde el primer relato de la creación (Gn 1,1-2,4a), el rol de las lumbreras celestes, es decir, del sol y la luna principalmente era marcar el tiempo. El sol marca el periodo del día y el año. La luna marca el periodo de la noche y del mes.
Afirmar que se apagarán indica el fin del tiempo como lo conocemos. Las estrellas del cielo, en la cosmología hebrea son parte de la bóveda celeste, también llamadas “aguas superiores” (Gn 1,6) que “caigan las estrellas” indica el fin del orden de la creación impuesto por Dios desde el principio de ésta.
¿Implica esto la aniquilación de la humanidad? Ciertamente que no, la segunda gran verdad contenida en su discurso es que el destino de la humanidad es la salvación, “Dios enviará, entonces, a sus ángeles a reunir a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales de la tierra”.
Nuestro Señor ocupa un género profético sapiencial conocido como “apocalíptica”, una mentalidad totalmente apegada a la fantasía falla al querer interpretar literalmente las figuras de la apocalíptica, hay que saber descifrarlas teniendo como referencia el Antiguo Testamento.
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