El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón, Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Los 4 evangelios nos narran el hallazgo del sepulcro vacío; sin embargo, este evangelio de san Mateo es el único que cuenta el detalle del descenso del ángel del Señor para mover la piedra, la reacción de los soldados y la aparición de Jesús a las mujeres para avisarles a los demás. Otro detalle significativo es la doble mención de que Jesús iría delante de ellos a Galilea y que allí lo verían.
San Mateo, en el Evangelio de este 9 de abril 2023, al hablar de la aparición del Señor a las mujeres, usa dos verbos para designar la reacción de ellas. El primer verbo es: “se postraron”. La postración es una postura corporal debida normalmente a Dios o a los grandes soberanos. En tiempos de Jesús, solía postrarse la gente también para hacer una petición solemne, como lo hicieron con Jesús la madre de Santiago y Juan (Mt 20,20), o para pedir perdón como lo hizo Simón Pedro con Jesús (Lc 5,8).
El segundo verbo sorprende porque implica contacto físico entre las mujeres y Jesús; el verbo es: “se aferraron”. Dentro de los signos de cortesía de la antigüedad, estaba el que una mujer se acostara a los pies de un invitado para procurarle calor.
También dentro del Evangelio se narra que la mujer pecadora derramó sus lágrimas a los pies de Jesús, y María -hermana de Marta y Lázaro- derramó perfume a los pies de Jesús (Jn 12,1-11). Todas estas acciones forman parte del lenguaje de cortesía, como el mismo Jesús le hace ver a Simón el fariseo: “cuando yo entré en tu casa no me ofreciste agua para lavar mis pies, en cambio esta mujer los ha bañado con sus lágrimas” (Lc 7,36-50).
Por otra parte, es de suma importancia que las mujeres tocaran a Jesús, comprobando con ello que no era un fantasma, sino que estaba vivo, tenía un cuerpo. Por supuesto, totalmente diferente al cuerpo que se tiene aquí en la tierra.
Podemos concluir que, efectivamente, el haber tocado a Jesús, junto con la postración, cumple una función simbólica pues va más allá de lo mero anecdótico. Reafirma el señorío de Jesús y Su presencia física de resucitado.
Mons. Salvador Martínez es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
Correo electrónico: scmsmtz7@gmail.com
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