En aquel tiempo, al ver Jesús a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos:
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Llamó a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
“No vayan a tierra de paganos ni entren en las ciudades de Samaría, sino vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios. Lo que han recibido gratis han recibido, denlo gratis”.
Este año estamos leyendo el Evangelio de San Mateo, quien organiza su obra intercalando partes narrativas y doctrinales. Hoy vemos el final de una parte narrativa donde relata 10 milagros (Mt 8,1-9,38) y el inicio de una doctrinal: el discurso de envío de los discípulos (Mt 10,1-42). El comentario con el que cierra la parte narrativa llama la atención, pues dice que Jesús “al ver a la muchedumbre sentía compasión porque andaban extenuadas y abatidas, como ovejas sin pastor”.
Desde el Antiguo Testamento Dios previó que el pueblo tuviese pastores que lo guiasen. Los primeros pasos del pueblo estuvieron a cargo de patriarcas como Abrahán, Isaac, Jacob y sus doce hijos. Cuando el pueblo quedó esclavizado en Egipto hizo surgir a Moisés para liberarlo y conducirlo por el desierto. Más adelante hizo surgir jueces que los guiaban, después vinieron reyes y profetas.
En la etapa posterior, la conducción estuvo a cargo de descendientes de Zadoc, mejor conocidos como Zaduceos, y principalmente por rabinos. La función de éstos era velar por el pueblo en cuanto al cumplimiento de la Ley de Moisés y de los preceptos cultuales de los cuales estaban encargados los sacerdotes del Templo de Jerusalén.
De parte de Dios podríamos decir que estaba garantizada la conducción. Pero como siempre sucede, se había desgastado el liderazgo de los sacerdotes y de los maestros de la Ley. Cada vez había más gente considerada no apta para el cumplimiento de la Ley: fuera por estar enfermo, por cobrar impuestos para Roma o dedicarse a la prostitución o giros negros.
Algunos miembros del Sanedrín consideraban al pueblo como una masa de gente maldita, por ser incapaces de cumplir la Ley de Moisés (cfr. Jn 7,48-49); pero Jesús, más de una vez, les echó en cara su desatención a los pecadores. Dios siempre ha provisto por la conducción de su pueblo, los servidores no siempre hemos estado a la altura de las exigencias, por eso Jesús añadió “La mies es mucha, rueguen al dueño de la mies que envíe operarios a su mies”.
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Mons. Salvador Martínez es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
Correo electrónico: scmsmtz7@gmail.com
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