Lectura del Santo Evangelio: la parábola del hijo pródigo

El padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida (…)”.

El padre misericordioso

En esta ocasión haremos una comparación de la parábola de los hermanos belicosos con otras dos parejas de hermanos en el Antiguo Testamento y resaltaremos la intención de Jesús al formular esta parábola.

Los primeros hermanos famosos mencionados en la Biblia fueron Caín y Abel, en ellos se refleja la rivalidad de los pastores y los agricultores, pero sobre todo, el desarrollo de la violencia como expresión de no pertenencia amorosa (Gn 4,1-16).

El final ya lo sabemos, el mayor mató al menor. Más adelante, en la historia de la salvación, aparecen Jacob y Esaú (Gn 25,19-34) entre los cuales también hubo problemas (Gn 27,1-28,5), pero nunca llegaron al asesinato, al contrario, llegaron a perdonarse mutuamente (Gn 33,1-11).

Jesús retoma en su parábola del hijo pródigo, la problemática de los hermanos que experimentan cierta rivalidad. El más pequeño desea heredar en vida y echa a perder su parte, mientras que el mayor vive en casa del padre, pero no disfruta de esta pertenencia, al grado de rechazar la fraternidad: “viene ese hijo tuyo…” (v. 30).

Ambos hermanos necesitaban madurar. El que se fue de la casa lo hizo lejos, en la soledad y los padecimientos. El hermano mayor se quedó, sin embargo, necesitó escuchar las razones de su padre para abandonar su enojo.

El verdadero protagonista de esta parábola es el padre misericordioso. Para él ninguno de los dos hijos es menos digno o menos amado.

Con esta parábola Jesús explica a los fariseos que era necesario estar dispuestos, y más aún, salir al encuentro para acoger a los pecadores. Por eso la intervención del hijo mayor no es menos importante y la moraleja del Señor apunta a la alegría que produce en el cielo la conversión de los pecadores.

Esta parábola, ubicada en el cuarto domingo de cuaresma, acentúa el valor de la pertenencia al Reino cuyo efecto es la alegría, pero añade la responsabilidad que tienen los “hermanos mayores”.  Pues quienes no sienten alegría en la conversión de los perdidos y esclavizados por el pecado, manifiestan que no saben pertenecer al Reino de los Cielos.

Mons. Salvador Martínez

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