En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: “Arrepiéntanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río. Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abrahán. (Mt. 3,1-12)
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Reflexión
El llamado a la conversión que hace Juan Bautista y que leemos en este segundo domingo de Adviento, ciertamente presenta algunas referencias relacionadas con la genética.
La primera de ellas es el título que Juan lanza a los fariseos: “raza de víboras”, con esta frase está identificando a los judíos con los cananeos y con ancestros paganos provenientes de Mesopotamia. El decirles que no pongan su confianza en ser hijos de Abrahán, también es una referencia genética, la cual significa que ellos se sienten herederos de la elección de Dios a Abrahán, herederos de la tierra prometida, de la Alianza con Moisés, etc; y por ello, merecedores de un trato preferencial de parte de Dios.
Hay dos aspectos a considerar sobre la importancia de los ancestros para los judíos, el primero es su origen histórico y lo segundo es la falsa seguridad que esto podría provocar.
La cuestión de los linajes en el pueblo de Israel cobró importancia cuando la mayor parte del pueblo hebreo fue deportado a Babilonia, a inicios del siglo sexto antes de Cristo. Sin tierra propia, sin un gobierno independiente propiamente dicho, el pueblo de Dios mantuvo el sentido de nacionalidad basado en los linajes descendientes de las doce tribus provenientes de Jacob Israel, nieto de Abrahán.
Durante la época monárquica, tanto en el Reino del Sur -cuya capital era Jerusalén- como el Reino del Norte -cuya capital era Samaría-, se tenía presente la importancia de los linajes, pero se consideraban miembros del Reino a muchos otros habitantes no Israelitas.
En cambio, como lo testimonian los libros de Crónicas, llegó un momento en que las genealogías fueron el camino para garantizar que se pertenecía al pueblo de Dios. La pertenencia al pueblo elegido garantizaba la pertenencia a los acontecimientos de salvación a lo largo de la historia, y en particular, a las promesas hechas por Dios a cerca del fin de los tiempos y de la venida del Mesías.
Sin embargo, la predicación de Juan Bautista recuerda la postura de otros profetas, anteriores a él, en particular Isaías y Jeremías quienes denunciaban que no era suficiente la elección divina para comportarse de cualquier forma. Al contrario, la elección divina, confirmada por la Alianza del Sinaí implicaba mayores compromisos y mayor exigencia de parte de Dios.
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