En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y Yo las conozco, y ellas me siguen, y Yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” (Jn.10,27-30)
El caudillo más famosos del Antiguo Testamento es sin duda Moisés, a quien Dios escogió para que librara al pueblo de Egipto (cfr. Ex 3,7) Desde el momento que Dios lo llamó en Madián, le expresó cuál sería el punto de partida: Egipto, y cuál el punto de llegada de su conducción, “una tierra que mana leche y miel”.
A pesar de contar con toda la confianza de Dios y medios para obrar signos poderosos, el liderazgo de Moisés no fue fácil, y Dios tuvo que reconfortarlo ante las descalificaciones que había sufrido con sus paisanos (Ex 6,1-13). Por el desierto, ya salidos de Egipto, el liderazgo de Moisés duró cuarenta años, pero Dios le concedió conducir al pueblo a las puertas mismas de la tierra prometida.
Otros líderes menos famosos fueron algunos jueces como Sansón y Samuel, o reyes como David y Salomón. Cada uno en su tiempo debió responder a los retos, hacer caso a la voluntad de Dios y obrar en consecuencia.
En la parte del discurso que leemos hoy, Jesús se sabe conductor, pastor del pueblo, pero ¿a dónde pretende conducir a este pueblo? Su conducción rebasa los parámetros puramente terrenales, Jesús promete llevar a su pueblo a la vida eterna. Jesús también nos da varias claves en sus palabras: “y nadie las arrebatará (a las ovejas) de mi mano”.
Por eso, en la comunidad cristiana se sabe que la primera y fundamental llamada que Dios hace a todo ser humano es a llegar al cielo, esto es ser santo. Las claves para alcanzar la vida eterna están en la medida en la que permanecemos unidos al buen pastor, al líder de la comunidad, que es el Señor Jesucristo.
Hay dos virtudes que Jesús enseñó mucho a lo largo de su ministerio, las dos se complementan y no se dan una sin la otra, se trata de la fe y el amor. La fe y el amor en su expresión más básica, radica en la confianza fundamental que se le puede brindar a un extraño. Esta confianza crece y permite que Dios obre señales en la vida y esto lleva a fortalecer la fe y el amor los cuales capacitan a la persona a unirse a Jesús de Nazaret tal vez visto como un gran profeta. Pero la maduración de la fe y el amor, en san Juan, suceden cuando somos capaces de aceptar a Jesucristo como el Señor, el Hijo de Dios y permanezcamos unidos a Él por la obediencia amorosa.
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