En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre”.
Los últimos domingos del tiempo de Pascua están dedicados, en especial, a profundizar el liderazgo misterioso del Señor Jesús para con la comunidad cristiana. Una de las comparaciones que usó para hablar de este liderazgo es el del Buen Pastor. Ya en el libro del profeta Ezequiel (34) se denunciaba a los malos pastores porque estaban constantemente ausentes o inoperantes, o bien, porque explotaban a las ovejas.
Jesús, en su discurso, no retoma ninguna de estas dos acusaciones, es Buen Pastor porque da la vida por las ovejas. Una primera imagen, que aprovecha y declara, es que cuando el pastor ve venir a los lobos o a los ladrones no abandona al rebaño. Otra afirmación es que el Buen Pastor saca a las ovejas por la puerta y las lleva a campos abundantes. Una tercera afirmación es el mutuo conocimiento entre el pastor y las ovejas porque ellas conocen su voz.
Detengámonos en la expresión “el Buen Pastor de la vida por sus ovejas”. La primera forma en que Jesús, el Hijo de Dios, da la vida por nosotros está en haber abandonado su condición divina para encarnarse. La segunda forma es que Jesús desarrolló un ministerio durante varios años en que visitó muchas poblaciones llevando la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios, sanando enfermos y liberando endemoniados.
El don más absoluto de su propia vida fue su Pasión y Muerte, las cuales quedaron integradas a la vida de la Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor entregados para la salvación del mundo. De ninguna manera podemos afirmar que el Señor haya intentado suicidarse, o haya provocado su muerte como alternativa a su depresión o fracaso. Jesús conocía a sus contemporaneos y aceptó donarse, incluso a través de una muerte violenta e injusta.
Con este don de sí mismo Jesús selló la Nueva Alianza, esta Alianza en su propia muerte atrajo a la multitud de pueblos no judíos a la salvación y éste sería el primer significado de aquello que dijo el Señor: “tengo también otras ovejas y las traeré para que formen un solo rebaño”.
Mons. Salvador Martínez es rector de la Basílica de Guadalupe
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