En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
La cuestión de la preeminencia de Dios está ya presente desde el Antiguo Testamento. Cuando el pueblo aceptó realizar una Alianza con Dios en el monte Sinaí, se estableció un conjunto de diez mandamientos esenciales (Ex 20,1-6), el primero de todos ellos demanda al pueblo que no habrá otros dioses delante de Israel, porque Dios es único y es un Dios celoso.
En el libro del Deuteronomio (Dt 6,4-6) se formula con mucha claridad: “escucha Israel, el Señor es Dios, un solo Dios. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.”
Si Nuestro Señor Jesucristo tiene expresiones fuertes este domingo, deben ser comprendidas dentro del contexto de llamado de Jesús a un seguimiento radical comparable al cumplimiento del primer mandamiento de la Ley.
Las afirmaciones de Jesús nos hacen suponer que es cosa común pretender darle el lugar de Dios a lo que no es Dios. En primer lugar, a las personas más cercanas se les puede dar el sitio que le corresponde a Dios. En segundo lugar. nosotros mismos podemos pretender el lugar de Dios.
Jesús, el Hijo de Dios, usa el verbo odiar, en este pasaje debe entenderse como “preferir”: Si alguien viene conmigo y no me prefiere antes que a su padre…incluso antes que a sí mismo…” Un desprecio autodestructivo nada tiene que ver con el Evangelio de Nuestro Señor.
Un pasaje muy cercano en cuanto a la exigencia del seguimiento fue el encuentro que tuvo con el hombre rico (Mc 10,17-22). Jesús primero le pidió que cumpliera los mandamientos, al recibir la respuesta de que desde niño ya los practicaba, le pidió que vendiera todas sus posesiones, repartiera el dinero entre los pobres y lo siguiera. Aquel hombre se retiró entristecido porque era muy rico. Este hombre no supo dar su lugar a las cosas y les entregó por completo el corazón. Precisamente por este motivo se hizo evidente que no cumplía el primer mandamiento de la Ley de Dios, porque prefirió sus riquezas antes que el seguimiento de Jesús.
Seguir a Dios y a Jesucristo como un pasatiempo, como una actividad no prioritaria, es un error. Jesús desde un principio lo ejemplifica, al mal constructor que inicia una construcción sin tener los medios para terminar la obra, o con el estratega militar que primero debe pensar si inicia una batalla contra un enemigo que lo supera por el doble de soldados.
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