Lectura del santo Evangelio (Mt 10, 26-33)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas. No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo. ¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo. A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”. (Mt 10,26-33)

Reflexión

En el texto del evangelio de este domingo encontramos una sección avanzada del discurso del Señor Jesús a los apóstoles para enviarlos a predicar. El tono de sus palabras es exhortativo “no tengan miedo…” se repite al menos tres veces. Los temas sobre los que pide a los discípulos que no tengan miedo son: No tener miedo a que lo secreto se haga público; no tener miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden lastimar el alma; no temer quedar desamparados de la asistencia de Dios, pues valemos más que todo pajarillo.

Esto nos da pie para hablar del tema del “temor de Dios”. El miedo es una emoción que se detona ante un peligro presente o inminente. Nadie pide o busca tener miedo, es una reacción fisioquímica de nuestro organismo. Sin embargo es posible manejarlo y a esto se refiere Jesús en su discurso. Las palabras del Señor no pretenden que las personas no sientan temor, sino que sean capaces de conducir esa emoción por la aplicación de su mente y de su fuerza de voluntad.

Hablando específicamente del temor de Dios, es un concepto surgido desde el Antiguo Testamento aplicado a una amplia gama de situaciones. Por ejemplo: cuando los Israelitas vieron los cadáveres de los egipcios flotando en el agua sintieron “gran temor de Dios”, esto los llevó a elevar un cántico de victoria (cfr. Ex 14,30-31) Con este ejemplo podemos ver que una fuerte emoción de “miedo” ante el gran desastre que sufrieron los enemigos, generó un cántico de alabanza a Dios.

En otros textos dice “el temor de Dios es el principio de la sabiduría” (Pr 1,7), la emoción por sí misma no es virtud o vicio, por eso muchos ha preferido traducir la palabra temor no en el sentido de miedo, sino de confianza o reverencia, por ejemplo: “Reverenciar a Dios como Dios, es el principio de la sabiduría”, o “la confianza en Dios, es principio de…” Como en el caso de Jesús no se trata de sentir o no sentir emociones, sino de orientar, conducir o desahogar esa emoción iluminado por un principio o valor que nos da una dirección buena, es decir, con sentido de evangelio.

Apliquemos esto a los temas del “no temer…” Los apóstoles son enviados a anunciar el mensaje de Jesús, esto genera temor porque es posible el rechazo, pero hay que manejarlo con la confianza de que es algo tan valioso que será necesario proclamarlo a los cuatro vientos. No temer a los que matan el cuerpo es orientar nuestra mirada hacia la verdadera vida y la verdadera muerte, que son la vida o la perdición eterna. No temer ante la incertidumbre por el sustento porque Dios es el garante de nuestro sustento pues nos ama.

Mons. Salvador Martínez es rector de la Basílica de Guadalupe 

 

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Mons. Salvador Martínez

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