En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.
Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.
Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”.
Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?” El Señor le respondió: “Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.
El servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.
A partir del texto que leemos este domingo nos preguntaremos cuál es la actitud de ánimo más adecuada para afrontar el tema de la propia muerte.
La lectura de este día podemos dividirla en cuatro partes en donde se desarrollan tres temas relacionados. La primera parte es el versículo 32 donde Jesús habla con cariño al pueblo de Dios llamándolo “rebañito” y la afirmación más importante es que el Padre ha tenido a bien entregarle el Reino de los Cielos.
La segunda parte del texto es una exhortación al desprendimiento de los bienes materiales y abarca los versículos del 33 al 34. Esta parte sirve para señalar las verdaderas riquezas que cuentan, ya que se trata de acumular tesoros en el cielo, tesoros para la vida eterna.
La tercera parte, que es un breve discurso, habla sobre la necesidad de vivir despiertos, es decir alertas o conscientes abarca de los versículos 35 al 40. La cuarta parte es una ampliación del mismo tema motivado por una pregunta de Pedro y abarca de los versículos 41 al 48. En esta última parte Jesús parece ampliar específicamente sobre la labor de los encargados de una finca, haciendo la comparación con sus discípulos como encargados de servir a la comunidad.
Por supuesto que la parte más amplia del texto de hoy es el llamado a la vigilancia pues abarca dos partes -desde el versículo 35 hasta el 48-. Pero, no debemos perder de vista cómo ha iniciado el discurso ya que en las dos primeras partes están las claves para comprender la finalidad de Jesús: Él parte de la certeza de que Dios, nuestro Padre quiere que todos seamos herederos de su reino y para eso es necesario cultivar el desprendimiento de los bienes materiales para conseguirse, más bien, un tesoro en el cielo.
Por lo tanto, antes de hacer el llamado a vivir vigilantes, Jesús nos propone estar seguros de que nuestro destino es la vida eterna y sabemos cómo alcanzarla. Ahora bien, nos previene aclarando que se puede pasar la vida de una manera inconsciente, “durmiendo”. Esto quiere decir, dejando de lado el llamado a la vida eterna, la responsabilidad de edificar su Reino.
Nadie será descartado de forma sorpresiva, porque la voluntad de Dios no es que nos perdamos, sino que alcancemos la vida eterna. ¿Cuál es entonces, la actitud de ánimo más adecuada para afrontar el tema de la propia muerte?
Primero creer con firmeza en el destino que Dios quiere para nosotros. Y en segundo lugar ocuparnos de que nuestra vida sea una constante acumulación de tesoros en el cielo. Otra fuente de preocupación, como saber el día o la hora, no nos serviría de nada.
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