Cultura Bíblica

¿A todo el que se deja llevar por el Espíritu lo tienta el demonio?

El texto dice que Jesús fue al desierto llevado por el Espíritu, y allí fue tentado. ¿A todo el que se deja llevar por el Espíritu lo tienta el demonio?

El primer domingo de cuaresma se caracteriza por presentarnos siempre el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este relato está presente en los tres evangelios sinópticos: San Mateo (Mt 4,1-11), San Marcos (Mc 1,12-13) y San Lucas (Lc 4,1-13). La más breve es la de San Marcos. Las más prolongadas son las de san Mateo y San Lucas, que leímos hoy.

Estas dos coinciden en presentarnos tres tentaciones. Otra coincidencia entre varios evangelios es decir que fue el Espíritu quien llevó a Jesús al desierto (Mc 1,12; Lc 4,1). Un primer motivo para esta mención de ser llevado por el Espíritu es el contexto inmediatamente anterior, pues Jesús se fue al desierto posteriormente a ser bautizado por Juan bautista en el Jordán y en dicho pasaje se dice que “el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma” (cfr. Mc 1,10; Lc 4,22).

A partir del momento en que Jesús fue bautizado quedó lleno del Espíritu y se comporta como aquellos que están llevados por el Espíritu, como lo vemos en algunos discípulos de Jesús después de Pentecostés (cfr. Hch 8,39).

En el Antiguo Testamento son, sobre todo, los profetas quienes actúan o hablan por impulso del espíritu del Señor, como Isaías que sí lo declara “el Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido…” (Is 61,1-2). El mismo profeta aplica este don al siervo de Dios (Is 42,1-2).

Dios condujo a su pueblo al desierto en el Éxodo para llevarlo a una alianza en el monte Sinaí, posteriormente lo llevó hacia la tierra prometida y el pueblo sucumbió a la tentación de murmurar en contra de Dios. Por tanto, el Señor decretó cuarenta años a vagar por el desierto, como castigo a esta caída (Nm 13,1-14,45).

El relato de Jesús en el desierto, nos recuerda las tentaciones a las que estuvo sometido el pueblo, la primera de ellas el hambre y la sed que provocaron murmuraciones contra Dios y Moisés (Ex19). En segundo lugar, la crisis de liderazgo que llevó al pueblo a adorar una imagen de oro (Ex 32).

Una lectura alegórica y espiritual de este texto se exige al inicio de la cuaresma. Nosotros nos encontramos en el desierto de este mundo llenos de carencias y peligros que se pueden convertir en tentaciones. Llevados por el ejemplo de Jesús, llevados más aún por su Espíritu, también estamos llamados a vencer.

Mons. Salvador Martínez

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