El sacerdote docesano Marcelo Pérez Pérez nació el 17 de enero de 1974 en Chichelalhó, San Andrés Larráinzar, en los Altos de Chiapas, en el seno de una familia tsotsil.

Sus padres no sabían leer y escribir. Es el tercero de once hermanos. Estuvo cinco años en un interando y luego ingreó al seminario de la diócesis de Tuxtla Gutierrez, Chiapas. 

La matanza en 1997 de 45 integrantes tsotsiles de la organización Las Abejas, masacrados por paramilitares, cambió su vida. Dijo que “Acteal prendió el fuego del Espíritu Santo en mi corazón”. El 6 de abril de 2002, fue ordenado sacerdotes por el entonces obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi Esquivel.

Por diez año fue párroco de Chenalhó aquí luchó contra los caciques locales que controlaban los giros negros. Por esa lucha recibió amenazas de muerte. En 2015, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos pidió al Estado mexicano la implementación de medidas cautelares a su favor. No lo hizo.

Luego fue párroco en Simojovel tambien diez años donde se enfrentó con caciques locales y con manifestaciones logró que se frenaran algunos abusos y disminuyera la venta indiscriminada de bebidas alcohólicas, así como la distribución de droga, lo que provocó que fuera amenazado de muerte.

Ante las amenazas crecientes, la diócesis para protegerlo le asignó, dese hace ya años, la parroquia de Santa María de Guadalupe, ubicada en San Cristóbal, donde mantenía contacto con muchos grupos indigenas, ambientalistas, defensores de los derechos humanos, defensores de los migrantes y maestros.

En 2014, Pérez Pérez se convirtió en un líder visible en la resistencia contra los grupos del crimen organizado en Chiapas. Ese año encabeza una peregrinación que recorre 12 municipios del estado para denunciar el creciente tráfico de drogas y la penetración de grupos criminales en las comunidades indígenas.

En varias ocasiones, caciques, políticos e integrantes de grupos  criminales trataron de matarlo y pusieron percio a su cabeza. Primero 150 mil pesos, luego 400 mil, y al final 1 000 000.  Pérez sabía lo que se jugaba. “Sé que en cualquier momento me puede pasar algo. Pero mi fe es más grande que mi muerte. Vale la pena arriesgar la vida por la paz”.

Usaba con mucha frecuencia, era una especie de hábito, una camiseta con la imagen estampada de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, asesinado en marzo de 1980 mientras celebraba una misa, que fue canonizado en 2018.

Por su lucha a favor de la justicia el represivo gobierno chiapaneco a través de la Fiscalía General del Estado de Chiapas (FGE), el 21 de junio de 2022, solicitó orden de aprehensión contra el padre al Juzgado de Control y Tribunal de Enjuiciamiento del Distrito Judicial de San Cristóbal de Las Casas. No lo detuvieron.

El 13 de septiembre de 2024, el padre Marcelo participó en la Marcha por la Paz en Tuxtla Gutiérrez, donde más de 20 mil personas se unieron para exigir un alto a la violencia en Chiapas. Durante esa marcha, Pérez Pérez y otros líderes religiosos reiteraron las amenazas que seguían recibiendo y criticaron la falta de acción por parte del gobierno para proteger a los defensores de derechos humanos.

Ideas centrales del mensaje evangélico del padre Manuel son: “Una fe sin obras es una fe muerta. Hay que aterrizar la palabra de Dios en la Tierra; tiene repercusión en la vida real” y “ustedes son la luz del mundo. Son la sal de la Tierra. Si está apagada la luz ¿cómo van a iluminar la vida económica, política y social en la vida de diaria?

El 20 de octubre de 2024 al salir de celebrar la misa en el barrio Cuxtitali, al oriente de San Crsitobal de las Casas, ya en su carro, dos sicarios a bordo de una motocicleta lo ejecutaron a las 7.45. Su asesinato es manifestación de la violencia criminal que impera en Chiapas y de la inexistencia del Estado de Derecho en esa entidad. La suya es una muerte anunciada.

La ejecución del padre Manuel, dice el cardenal Arizmendi, “es otro signo de la descomposición social de nuestro país, por la violencia exacerbada, por la impunidad ante tantos crímenes, por la libertad de acción que tiene el crimen organizado. Hagamos lo que nos toca, para que haya paz y justicia entre nosotros”.

Rubén Aguilar

Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.

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