El 20 de junio de 2022, dentro de la iglesia de Cerocahui, en la sierra Tarahumara, fue asesinado el padre Joaquín Mora Salazar, El Morita, junto con su compañero el padre Javier Campos Morales, El Gallo, los dos integrantes de Compañía de Jesús.
En mis años de jesuita con Joaquín sólo compartí casa en la comunidad del centro de estudios de la Compañía de Jesús en San Ángel. Él estudiaba teología y yo filosofía. Me tocó estar en su ordenación sacerdotal. A lo largo de los años nos encontramos en reuniones de la provincia.
A su asesinato, Martín Solares (Tampico, Tamaulipas, 1970), uno de sus alumnos en el Instituto Cultural, en Tampico, Tamaulipas, el colegio de los jesuitas, donde Joaquín estuvo como maestro casi 30 años, escribió un texto sobre él.
Solares es escritor, crítico y editor. Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos en la Universidad de París I, Francia. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, polaco y ruso. De Joaquín, su profesor, dice:
“La primera impresión que uno se llevaba del padre Mora, siempre pasajera, consistía en advertir la extrema humildad de sus ropas y la calma con que hablaba. La segunda y definitiva era que bajo el más exigente punto de vista era un hombre que vivía de acuerdo a la imagen que tenemos de la santidad”.
“El padre Joaquín no se permitía poseer nada fuera de lo esencial mientras sus vecinos carecieran de lo elemental: medicinas, comida para el día, ropa, un refugio. Apenas se le conoció una decena de camisas a cuadros, de manga corta, un par pantalones de mezclilla desgastados, una backpack y un termo metálico que parecían comprados en el Ejército de Salvación”.
“Quienes le obsequiaban una camisa o algo de dinero sabían que esa misma semana el padre Mora los repartiría entre los habitantes de los barrios más menesterosos de Tampico: la Colonia Morelos, el Cascajal e incluso las chozas más endebles de la colonia Pescadores, donde se le debe la construcción de la Capilla de San Rafael Arcángel.”
“Como sucede entre los jesuitas, el padre Mora se sentía incómodo ante el lujo y los alardes de riqueza. Aunque sus alumnas y colegas se ofrecían a llevarlo en sus autos a las colonias en las que prestaba su apoyo, él prefería moverse en el desvencijado transporte público de la ciudad: enormes autobuses sin frenos, siempre a toda velocidad, o lanchones lentos y asmáticos, provenientes de los Estados Unidos, que comunicaban a los extremos más apartados de la ciudad”.
“Como sus hermanos jesuitas, él estaba ahí para prestar ayuda a diario y sin alardes. Su labor consistía en servir como puente entre los que tenían de sobra y los que no tienen nada. Allá escuchaba, aquí venía a interceder por aquellos”. (“La voz del padre Mora, jesusita asesinado”, Martín Solares, Reforma, 26.06.22)
Joaquín, el sacerdote jesuita, el maestro, el misionero, el pastor, el amigo, era un hombre bueno, un hombre radicalmente bueno.
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