Ha quedado suficientemente claro que los últimos cinco años y medio hemos tenido un gobierno de corte demagógico y populista, que se ha basado en promesas incumplidas y en la manipulación de distintos sectores de la población a base de repetir, todos los días, un sinfín de mentiras. Una de las promesas repetidas hasta el cansancio es que sería un gobierno basado en el principio de no mentir, no robar y no traicionar.
Los hechos nos han mostrado todo lo contrario, se han constatado cientos de mentiras repetidas diariamente, sin mayor pudor en sus conferencias matutinas, negando la realidad, falseando los datos, para no comprometerse con la solución de los problemas.
El gobierno ha estado relacionado con una red de corrupción y robos por todos lados; ha sido paradójico lo sucedido con el llamado Instituto para devolver al Pueblo lo Robado, ya que incluso un director del éste denunció que se trataba de una institución donde se volvían a robar lo robado, razón por la cual renunció.
Debemos añadir a esto la opacidad con se ha conducido en todos sus proyectos, los más importantes y emblemáticos como el Tren Maya, la Refinería Dos Bocas y el Aeropuerto “Internacional” Felipe Ángeles se realizaron por adjudicaciones directas, costaron hasta tres veces más de lo presupuestado y todo la información ha quedado “reservada” al escrutinio público “por seguridad nacional”, por un Decreto presidencial, sin embargo se han documentado por diversas investigaciones periodísticas una serie de mecanismos de corrupción que llegan hasta los niveles de la familia del Primer mandatario. No podemos dejar de mencionar el mayor robo de toda la historia realizado en la desaparición de más de 15 mil millones pesos en la institución encargada de procurar la ayuda con alimentos a los más pobres, SEGALMEX, no aclarada por ningún lado hasta el momento.
La traición se ha realizado de mil maneras, pero fundamentalmente atentando contra la democracia que prometió cuidar al comprometerse solemnemente el día de la toma de posesión a respetar la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, y cumplir y hacer cumplir las leyes. Baste recordar todo el esfuerzo que ha realizado para debilitar y acabar con todas las instituciones que garantizan la democracia, aquel que ha llegado a decir con cinismo que su valor moral está por encima de las leyes y que nadie me venga a decir “que la es la ley”.
Aquí hay un largo etcétera de traiciones: utilizando a las Fuerzas Armadas en tareas no constitucionales, desmantelando las instituciones públicas de salud, afectando gravemente la educación de niños y adolescentes con la introducción de la ideología por encima de la ciencia, y dejando en el abandono el problema de la inseguridad, la delincuencia y el crimen organizado.
Hay un punto de valor que no debemos escatimar: la política social de subsidios a las personas mayores y distintos sectores vulnerables, además de apoyos a niños y jóvenes con becas. Se trata de una acción de la más elemental justicia que ha quedado ya plasmada como un derecho constitucional. Lástima que no se resisten a la tentación populista de utilizar estos subsidios con fines electorales.
Es tiempo de cambiar personas, proyectos, soluciones y estrategias. El 2 de junio es la última llamada a la ciudadanía para definir los próximos seis años de México. No son las encuestas las que deciden el rumbo de un país, es la participación ciudadana y su voto el que marca el rumbo.
Nuestros obispos mexicanos han insistido en la importancia de la participación: no es tiempo de apatía, ni de pesimismo, ni de indiferencia, es tiempo de compromiso y de participación. Solamente la participación ciudadana el día de las votaciones cuenta para decidir lo que queremos los mexicanos. Hay solamente de “dos sopas” el populismo o la democracia.
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