Para el 2024 debemos tomar en cuenta algo que vamos a vivir en México: la renovación del Congreso de la Unión y de la Presidencia de la República. Para ello, debemos hacer un análisis riguroso y objetivo sobre el desempeño en las responsabilidades de aquellos que fueron elegidos para gobernar el país.

Un Congreso tiene la responsabilidad de buscar consensos, en los que se vean reflejados los intereses de todos los ciudadanos, para mejorar las leyes que beneficien los derechos humanos básicos, comenzando por el respeto a la vida.

Un Presidente de la República debe procurar la unidad nacional, gobernando con un gran respeto a la Constitución, a los demás poderes y a las instituciones autónomas que regulan la democracia y el desempeño del gobierno.

Sin entrar en detalles, sabemos que han dejado mucho que desear tanto los legisladores, más comprometidos con sus propios intereses, y el Presidente de la República, envuelto en su retórica matutina con la que ha querido gobernar, en medio de improvisaciones y con una clara tendencia ideológica que no concuerda con sus promesas.

El Presidente deja un país dividido, con muchas instituciones debilitadas en el campo de la salud, la educación, la seguridad, la democracia y la economía. Con un esfuerzo loable por mejorar la situación de los más pobres y de los adultos mayores, pero con resultados todavía muy limitados y sin bases sólidas hacia el futuro.

Tiempo de revisión, tiempo de cambio. Así como de manera personal no podemos seguir por un camino equivocado, con mayor razón en lo que respecta a la situación que compromete a todo un país. No podemos seguir siendo gobernados con palabras y promesas, ni mucho menos desplantes de odio y división. Las opciones para renovarnos son muchas, seguir por el mismo camino no es opción. La respuesta está en los ciudadanos.

Pbro. Mario Ángel Flores

Comisionado de la Doctrina de la Fe en la Arquidiócesis Primada de México y miembro de la Comisión Teológica Internacional (CTI). Es director del Observatorio Nacional de la Conferencia del Episcopado Mexicano y fue rector de la Universidad Pontificia de México, cargo que ocupó durante tres trienios.

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