En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.
Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?’’ Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.
Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: ‘La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable’?
Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos’’.
La parábola es inquietante. En extremo inquietante. El contraste entre el hermoso horizonte del viñedo, cuidadosamente preparado por el propietario, y la absurda violencia y ambición de los arrendatarios, perturba a quien la escucha. La justicia parecería conforme a la respuesta de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo: habría que dar muerte terrible a esos desalmados. ¿Quién no ha experimentado la indignación ante la maldad humana? ¿Quién no se ha sorprendido de la crueldad que puede alcanzar, cuando el poder y la avaricia se sube a la cabeza de seres mediocres? ¿Quién no ha reclamado venganza ante la prepotencia de los cobardes que se aprovechan de su situación para buscar alguna ventaja personal, incluso atacando a quien les ha hecho el bien?
La narrativa, sin embargo, adquiere tonos de sorpresa cuando el que se erige como juez se descubre, de pronto, interpelado como culpable. La mansedumbre del dueño de la viña y su persistencia en convencer a los viñadores de actuar correctamente resultan, de pronto, un llamado a cuentas a los mismos que han manifestado su valoración. Son ellos los que están perdiendo la oportunidad de trabajar en la obra de Dios. Ellos, los que se sienten instalados en el ámbito de la confianza divina, las autoridades religiosas y civiles del pueblo. A ellos se les quitará el Reino de Dios, para dárselo a un pueblo que produzca sus frutos.
El significado histórico-salvífico queda claro. Es el pueblo elegido de Dios quien, tras desatender los llamados de los profetas y asesinar al mismo hijo de Dios, son remplazados por los paganos. Pero al mismo tiempo surge otra sorpresa, que no desdice la bondad del propietario. La piedra desechada por los constructores se convierte en la piedra angular. El hijo asesinado reivindica el amor del Padre con una vida plena recuperada, y las acciones más siniestras son redimidas por su designio inefable. No hay execración irremediable.
La parábola posee un significado continuo, que perturba a quienes se instalan en la pretensión de un rostro intachable. Como Buena Nueva es siempre un mensaje de esperanza. A Dios corresponde la última palabra, y su voluntad es de salvación. No conforme a nuestras expectativas y planeaciones, sino en el poder renovador de su misericordia.
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