Lectura del Santo Evangelio
En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías. Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías: Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios. (LC: 3, 1-6)
Comentario al Evangelio
El tiempo del Adviento está caracterizado por modelos concretos de espera. Hoy la Liturgia de la Palabra concentra la atención en la figura de Juan Bautista. Él anuncia un bautismo de conversión para el perdón de los pecados; es un anuncio que proviene de lo alto, una iniciativa que tiene su origen en Dios.
Si la conversión es una interpelación de Dios a la libertad del hombre, con esta respuesta de fe se interpela a la libertad de Dios su perdón: Él busca al hombre y lo perdona (gratuidad). No hay pecado que sea más grande que su misericordia.
Juan el Bautista es presentado en el Evangelio de Lucas como “voz que grita en el desierto”. El desierto en la Sagrada Escritura es el lugar del encuentro con Dios, como lo recuerda el profeta Oseas: “Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16).
En este segundo domingo de Adviento, entonces, somos invitados a realizar un desierto, esto es, a realizar un silencio profundo interior, para hacer callar tantas voces y atender aquella única y singular que habla a nuestro corazón.
Esto no significa potenciar una “espiritualidad intimista y desencarnada”, al contrario, significa escuchar a la voz de Dios, quien en su amor nos impulsa a la caridad fraterna y solidaria.
Oración
En los desiertos de la soledad y del fracaso, entre las ruinas y el sufrimiento provocados por el egoísmo del hombre, resuena en la actualidad la voz de Juan el Bautista: “Todo hombre verá la salvación del Dios”. Es un grito de consolación y de esperanza, una invitación para corregir nuestra vida en el amor único y genuino de Dios. Sé, Señor, la luz que ilumine cada una de nuestras familias, y ayúdanos a ser solidarios con nuestros hermanos que padecen de alguna necesidad. No permitas que el consumismo social apague la generosidad familiar. Amén”.
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