Representación de Jesús con un grupo de fariseos.
En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?” Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”. (Mt 22, 34-40)
En la medida que nos acercamos al fin del año litúrgico, leemos más pasajes en donde el Señor Jesús debe afrontar trampas y acusaciones de parte de los judíos. El diálogo de este domingo es un ejemplo de pregunta que podría parecer fácil de responder, ya que todo judío oraba con el “escucha Israel… amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu mente…”
Así es que no era difícil decir que el primer mandamiento era amar a Dios. Pero el Señor Jesús ofrece al fariseo que lo puso a prueba también el modo en que debía entenderse este mandamiento. Amar a quien no vemos, es decir amar a Dios, el cual no puede ser representado por ninguna imagen en la mentalidad hebrea, pasa y se hace concreto por el amor al prójimo, a quien sí vemos y tratamos.
Ambos mandamientos se reclaman, pues quien decide amar a Dios no puede odiar a las demás personas. Asimismo, quien ama a quienes están a su alrededor, con toda certeza sabrá amar a Dios.
El amor a Dios y el amor al prójimo parecerían dos cosas incompatibles, ya que Dios no es un ser humano y los seres humanos están muy por debajo de Dios. Pero Jesús nos enseñó al respecto que en aquellos que están más necesitados, hay una cierta trasparencia, una cierta presencia misteriosa de Dios y todo lo que hagamos por una persona necesitada es algo que hemos hecho por Dios mismo.
*Mons. Salvador Martínez Ávila es Rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
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