En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.
Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”
El gran capítulo 5 de Mateo, ha aportado no sólo para el mundo Cristiano, una de las páginas más sublimes del espíritu humano, incluso en opinión de Mahatma Ghandi; porque es claro que todos entendemos que uno podría ser feliz con un montón de cosas que se le antojen y se pueda comprar, pero afinar que se puede ser feliz incluso en el sufrimiento, en el dolor, en la pobreza del espíritu, eso no es tan fácil de entender.
Esa fue la novedad de Jesús, claro que todos pensarían que se puede ser feliz cuando se le gana a los demás y se convierte uno en el primero de la clase o del trabajo, en el más rico de la cuadra o tiene el departamento más bonito. Pero afirmar, que aunque no se haya conseguido la justicia, se es feliz incluso cuando se llega a ser perseguido por buscarla, por procurarla; esos son otros vuelos.
Todavía en esas maravillosas alturas del capítulo V de Mateo, encontramos la joya del evangelio de hoy, apodada, como “el amor a los enemigos”.
“Summun jus, summa iniuria”, este proverbio acuñado por Cicerón (en De Officils, 1, 33,3) quiere decir que el aplicar el derecho, como única referencia de vida y llevarlo hasta su extremo, se puede convertir en una gran injusticia.
Se decía en el mundo judío: “amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt. 5,43) incluso con los maestros de la ley se proponía hasta dónde llegaba ese amor y hasta dónde podríamos considerar que alguien es nuestro prójimo; al mismo Jesús se lo preguntaban (Lc. 10,25-38), a quién debemos amar y a quién nos permite la ley odiar y buscar su ruina. Pues Jesús responde algo completamente distinto, no sólo hay que amar a los amigos, porque si amamos sólo a quienes nos tratan bien, ¿qué recompensa merecemos? (Verso 46), eso lo hace cualquiera.
Parece ser que el amor a los enemigos, se convierte en la cumbre del cristianismo, Jesús mismo lo demostró en la cruz, cuando estaba recibiendo la muerte a mano de sus verdugos, para quienes Él, tiernamente, desde el patíbulo del madero, pide el indulto:”Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.” (Lc. 23,34).
Esos vuelos espirituales, esos cuartos interiores del espíritu, no se pueden entender o lograr accesar a ellos, si no dejamos a Jesús estar en nosotros y habitarnos, porque cuando no viene Jesús a habitar con nosotros, entonces nuestros compañeros son la envidia, el rencor y hasta el odio a las demás personas.
Recuerdo que alguna vez uno de mis directores espirituales me invitó a surcar esos aires, cuando le exponía que el trato con algunas personas me resultaba ya imposible, que no podía “ni verlos”, que hasta el estómago me reclamaba cuando tenía que arreglar algún asunto con gente así. Ante mi sorpresa, este buen amigo, mi director espiritual me dijo: “ora por ellos” – y yo, ¿cómo para qué?, ¿como para pedir justicia a Dios? O ¿para qué? -Y él me insistió, ora por ellos, ofrece algo que te cueste, en favor de ellos y para pedir su bien y su felicidad.
Creo que pocas veces en la vida se encuentra uno con estos textos y los entiende y llega a traducir en cosas concretas. Al final, las personas en cuestión, no cambiaron, ni se mejoró la situación, lo único que saqué de provecho con esta indicación que me hizo mi maestro, era, que a mí, ya no me dolía, no me hacía tanto daño como antes, porque me había propuesto estar rezando continuamente por estas personas y ofrecía comúnmente mi rosario por ellos, como diciendo a la Virgen: por favor, encárgate tú, son tus hijos, ayúdame a amarlos.
Amemos pues a los que nos hacen el mal, amemos siempre.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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