Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”.Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel”. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”.
Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el niño. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron por otro camino.
La ciencia nos dice muchas cosas y nos es útil en muchos aspectos –enseñaba el Papa Benedicto XVI–, pero la sabiduría es conocimiento de lo esencial, conocimiento del fin de nuestra existencia y de cómo debemos vivir para que la vida se desarrolle del modo justo” (Homilía del 30/08/2009).
Esta “mirada a lo esencial” caracterizó a los Magos que vinieron de Oriente tras haber visto surgir la estrella de Jesús. Si la palabra “Magos” que los describe significaba, ante todo, hombres que cultivaban el conocimiento, su atención a una estrella y su puesta en marcha demuestra que no se contentaban con acumular información que pudiera explicar el universo, sino que distinguían lo auténticamente importante y se dejaban guiar por ello. Su marcha pone en evidencia un dinamismo espiritual de exploración y discernimiento. A la vez, la generosidad de sus ofrendas muestra el compromiso que asumían con el objeto de su búsqueda.
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El Papa Francisco observa que esta escena nos llama “a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador… Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo… Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes” (Admirabile signum, n. 9).
El encuentro con el Niño Dios es el destino de todo camino honesto. Ponernos en salida como cristianos es siempre un partir de Cristo y volver a Él.
Siempre existirá el peligro de que alguien procure hacerlo desaparecer por considerarlo una amenaza para sus propios intereses, y ante ello debemos despertar la agudeza interior para distinguir las sombras de la luz. Pero nada supera la dicha profunda del encuentro con Él, la ternura que despierta su rostro y la encomienda que suscita su descubrimiento. En el santo tiempo de la Navidad, como pulmón de la Iglesia, la humildad de Belén es un punto de llegada y un nuevo punto de salida.
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