En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Hemos llegado a este IV domingo del tiempo cuaresmal, conocido como “domingo de laetare”; expresión latina que proviene de la antífona de entrada: “Laetare Ierusalem” (Alégrate Jerusalén). En este ciclo, la alegría está ubicada en la expresión del evangelista: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Veamos, ahora, el contexto de esta bellísima expresión.
En primer lugar, el texto se ubica en un denso diálogo con Nicodemo, quien era miembro del consejo de los judíos. Dice, entonces, el evangelista que él salió de noche para buscar a Jesús, lo que indica dos aspectos: el primero, es que Nicodemo por su status no desea llamar la atención y poder así, conversar abiertamente con Jesús; y el segundo aspecto, consiste en que esta expresión “de noche” sea más que una ubicación temporal, la descripción de la interioridad de Nicodemo: es la noche de sus dudas, crisis e incomprensiones sobre la salvación del hombre.
Para dar respuesta a esta inquietud, Jesús recordará el episodio de las serpientes que mordían al pueblo de Israel a causa de su incredulidad. Dios al escuchar la intercesión de Moisés, le pide levantar una serpiente de bronce, para que todo aquel que la mire, pudiese conservar su vida (cfr. Num 21,4-9). Bajo este evento, Jesús explica la necesidad de su exaltación en la cruz para la salvación de los hombres, llegando al corazón del diálogo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna» (3,16). La cruz es, entonces, expresión suprema del amor de Dios por el hombre y la mujer; del Amor que ama sin medida.
En este tiempo, bajo el signo desgarrante del Covid, también como Nicodemo podemos estar ubicados en “la noche” del dolor, del sufrimiento, de la incomprensión, de la soledad o del luto. Como Nicodemo, estamos llamados a salir de nuestra noche para dejarnos encontrar por aquel que es la Palabra del Padre que, ilumina nuestras oscuridades e incertidumbres; la Palabra que nos consuela en nuestros duelos y nos anima en nuestras enfermedades.
En este domingo, la alegría del Señor nos recuerda que la última palabra sobre el hombre y la mujer no la tiene la muerte, sino el Dios de la vida: “porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”.
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