En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero Él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?”. Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en Mi nombre a uno de estos niños, a Mí me recibe. Y el que me reciba a Mí, no me recibe a Mí, sino a Aquel que me ha enviado”. Palabra del Señor.
Camino hacia Jerusalén, después de la profesión de fe de Pedro, que escuchamos el domingo pasado y de la curación de un joven epiléptico, Jesús se dispone a instruir a sus discípulos, aprovechando el hecho de que ellos iban platicando.
El camino hacia Jerusalén no es sólo un viaje cualquiera, sino que es un itinerario, un camino de fe, de experiencia espiritual. Dentro de esta misma experiencia, los discípulos van discutiendo y argumentando quién sería entre ellos el más importante, a quién se conferiría seguramente un puesto al lado de Jesús en un momento triunfal.
Aunque iban caminando juntos, se iban acompañando; qué lejos marchaban del Rabí, como aquellos caminos paralelos que nunca habrán de juntarse, porque mientras su Maestro va anunciándoles su Muerte y Resurrección, ellos siguen paseando por esta tierra, con sus preocupaciones y sus prioridades, con sus luchas por el poder o la importancia que tenían delante de ojos humanos.
Los caminos de fe, las distancias que se recorren por ejemplo en una manda, son caminos llenos de reflexión y de Dios, ¡qué bello es caminar a Chalma y danzar ritualmente en el Ahuehuete, llenos de alegría por haber conseguido la meta! O ir a San Juan de los Lagos, que ya desde León, uno cree que alcanza a ver la Basílica de la “Chaparrita” (así escuché que le decían algunos lugareños).
¡Qué lágrimas derraman los que llegan a Santiago de Compostela, después de haber caminado un mes!, buscando que Dios se pronuncie, les hable y qué consuelo sentimos quienes llegamos al Tepeyac, al cerrito y caemos de rodillas ante la Virgen Madre de Dios, que no hizo cosa igual con otra nación.
Es así, que, en el camino de la vida, Jesús nos instruye, al que quiere escucharle, al que le busca, y mientras nosotros nos preocupamos de las cosas de esta vida, de los puestos, de cuánto tienes en el banco o en el auto que usas, del futuro asegurado por una cuantiosa cantidad amasada en el banco; Él nos dice que el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos. Todavía, poniendo en medio a un niño, lo abraza y les dice: “quien acoge a uno de estos pequeños, me acoge a mí y a Aquél que me ha enviado”.
Pero cómo vamos a entender lo que Jesús nos enseña, si estamos tan apurados por legislar que una mujer pueda solicitar en una clínica que se “interrumpa” se acabe, con la vida de su hijo. Cierto que la palabra “interrumpir” no suena tan fuerte como lo que es, lo curioso es que nunca he escuchado en las noticias que unos bandidos por asaltar a una persona de bien, “interrumpieron” su vida, generalmente se dice: asesinaron, golpearon hasta matarlo, torturaron, etc.
Tendríamos que llamar a las cosas por su nombre, deberíamos escuchar a Jesús en el camino de la vida, deberíamos estar atentos, todos los sectores de la sociedad, a la vida de estos pequeños, dejándonos de preocupar por beneficios simplemente mundanos que nos llevan a sacrificar a los más débiles. Deberíamos darnos cuenta que caminamos con Jesús y estar dispuestos a escucharle.
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