En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que la adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando: todo será destruido”.
Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?”.
Él les respondió: “Cuídense que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”.
Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.
Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.
(Lc.21 5-19)
Con este Evangelio vamos terminando el año litúrgico del tiempo ordinario, sólo nos faltará el Domingo siguiente en que celebraremos a Jesucristo Rey del Universo.
El texto litúrgico comienza retomando la admiración que las personas expresaban contemplando la belleza del templo; (según D. Fabio Rosini, que comenta este texto para Radio Vaticana) se utilizará la misma expresión para contemplar a Jesús al entregar la vida por nosotros y tiene que ver con la conciencia de percibir lo pasajero de las cosas, confrontándolo con la eternidad de nuestros actos.
Las cosas han de pasar, todo, por bello o majestuoso que parezca, todo ha de pasar, incluso nosotros mismos, seguramente en 50 años, difícilmente seguiremos caminando las calles de esta ciudad.
Sin embargo, es preciso no perder la dirección en la vida, no por lo que digan las personas: ‘que el fin está cerca, que el mundo se va a acabar’, etc. Lo importante no es tanto la fecha, sino la dirección que llevemos en la vida.
Porque hay personas que son capaces de soportar las más increíbles dificultades, porque saben hacia dónde se dirigen. Recuerdo todavía con muchísimo cariño y admiración a un seminarista que enfrentó el cáncer en la última etapa de su formación en el seminario, me parecía mentira, verlo asistir a clases la misma semana que había recibido el tratamiento de quimioterapia, así todo delgado, como la sombra del joven fuerte y vigoroso que fuera en otros tiempos; así, débil asistía a sus clases y cumplía con sus trabajos. Obviamente hubiera sido imposible recuperarse de esos duros y devastadores medicamentos, si él no hubiera tenido razones para seguir adelante.
Realmente ninguno de nosotros sabía cuando el Señor lo habría de llamar a su presencia, la verdad creo que eso nunca nos preocupó, lo que fue una verdadera alegría y testimonio para quienes lo conocemos, era contemplar el espectáculo de su fuerza de voluntad.
Así como el Evangelio que hemos escuchado éste domingo, Jesús nos invita a no dejarnos llevar por las cosas pasajeras, por maravillosas que se presenten, nuestro mismo cuerpo entre ellos, se ha de acabar, ha de pasar, se ha de terminar.
Jesús, por otro lado, ante lo pasajero de la vida, nos invita a perseverar (v. 19), para así salvar el alma. Y, ¿cómo perseverar?, me queda claro que sólo puede perseverar, quien tiene motivos fuertes para continuar; como los padres de familia que van a trabajar, no sólo por ellos mismos, sino por los hijos que el Señor les ha regalado; como los empresarios que saben que la empresa alimenta a muchas familias y hacen esfuerzos por no cerrar; como las religiosas que a pesar de dificultades en su congregación recuerdan el gran motivo que les llevó a dedicar su vida a Jesús; como los jóvenes que si no están estudiando, buscan alguna manera de ocuparse para ayudar a su familia, mientras pueden volver a las aulas.
¡Perseveremos Hermanos!
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