Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”.
Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”. A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. (Lc 9,59-62)
A algunos les inquieta que el catolicismo parezca estar ligado al subdesarrollo y a la pobreza y que, en cambio, el protestantismo propicia la prosperidad y la riqueza.Nada raro que un recién convertido al protestantismo ostente su nueva condición ¡usando corbata! como signo de que Dios lo bendice y ya no es un pobre don nadie como cuando era católico.
Jesús nos habla con frecuencia de la pobreza como digna de bienaventuranza, es decir, de felicidad y él mismo se muestra como pobre; tan pobre que no tiene donde reposar su cabeza. ¿Por eso los católicos somos tan pobres y tan subdesarrollados? No, eso es cuestión de una explotación económica de la que no podemos salir porque siempre hay alguien interesado en que nuestro pueblo no progrese. Eso se llama colonialismo económico.
La pobreza declarada bienaventurada por Jesús no puede ser la miseria en la que no se tiene ni siquiera lo necesario para sobrevivir. De esa miseria tenemos que salir por caminos de justicia y de paz.
La pobreza de Jesús consiste en ser libres y no estar atados a los bienes para buscar primero el reino de Dios y su justicia. Aunque nos parezca incongruente, la riqueza esclaviza y aparta de Dios, sobre todo cuando se vuelve inhumana y cierra los ojos al amor de los más necesitados.
Comenzamos a ser ricos cuando ya sólo vivimos para tener y consideramos que nuestra felicidad consiste en la posesión de las cosas materiales y en ponernos una corbata que nos dé prestigio ante los demás. Comenzamos a ser pobres cuando somos dueños de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestra capacidad de amar… ¡del reino de Dios!
La pobreza voluntaria de Jesús nos lo muestra como el hombre libre, capaz de buscar a Dios y capaz de darse a sí mismo, plenamente, a sus amigos.
Ser pobres no es estar reñidos con la instrucción, la salud, la estabilidad social y el bienestar familiar a los que cada hombre tiene derecho.
Los pueblos del tercer mundo tenemos la tarea de transformar nuestro mundo movidos por nuestra fe, que nos invita a ser comunidad, a tomar en cuenta a los demás y a compartir lo poco que tenemos. Entonces seremos bienaventurados, seremos dichosos.
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