En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.
Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla.
Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”.
El pasaje evangélico de este domingo utiliza un lenguaje apocalíptico bajo el cual, se desea descubrir o revelar algo. En efecto, los cristianos a los que se dirige el evangelista Marcos atravesaban por un momento de crisis en la fe, de modo que, este texto se presenta como una exhortación para no dejarse vencer por el desánimo ni la desesperanza.
De ahí que, aparezca el título “Hijo del hombre”, expresión tomada del libro de Daniel (7,13) que evoca a la segunda venida del Hijo de Dios en su gloria para juzgar a todas las naciones. Por tanto, los signos cósmicos que aparecerán –el sol se oscurecerá y la luna perderá su brillo, las estrellas caerán– son una forma de expresar la irrupción de Dios en la historia y el mundo.
A este respecto, resulta bastante interesante la reflexión de un monje benedictino conocido como Beda el Venerable (672-735): “En el día del juicio se oscurecerán las estrellas no por la disminución de su ardiente luz, sino por la claridad que llegará inesperadamente de la verdadera luz, es decir, del Juez supremo cuando venga en toda su majestad”.
El cristiano, entonces, no tiene que preocuparse por el cuándo, sino por permanecer firme en la esperanza. A este respecto, Benedicto XVI puntualiza que uno de los rasgos de la esperanza es “llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero”. El ejemplo que describe esta realidad se encuentra en la vida de santa Josefina Bakhita, una mujer africana que, desde pequeña fue secuestrada, golpeada y vendida como esclava. En un momento de su historia personal y paradójicamente desde una situación de “no vida” llegó a conocer al Dios revelado por su Hijo, sintiéndose conocida, amada y esperada: “yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera”.
Dice el escritor Jorge Luis Borges: “No hay un instante que no esté cargado como un arma”. Bajo esta expresión, es posible comprender que, cada momento de nuestra vida con sus luces y sus sombras, siempre será posible encontrar aquellos “instantes” de Dios, en los cuales, tan silenciosos y, a la vez, cargados de significados, transforman la aridez de nuestros desiertos en una experiencia fecunda de fe. Justamente, el cristiano, en ese «instante» de Dios no es un simple espectador de cuanto sucede, sino el protagonista que escribe su historia en la gran Historia de la Salvación.
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