Lectura del santo Evangelio
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. (Lc. 1, 39-45)
Los mapas, cartas de navegación o cartas astrales, son los medios para que un viajero pueda seguir de forma segura una ruta con la certeza de que llegará a un puerto, a un lugar. Pero cuando nosotros hablamos del camino de la vida, un camino inédito, es decir, único e irrepetible, ¿cuál puede ser una carta de navegación segura?
San Lucas guía hoy nuestro pensamiento en dos direcciones muy precisas: la primera de ellas, es la fe en lo que Dios nos ha prometido. Así lo declara con todo énfasis santa Isabel a su prima, la virgen María: “Dichosa tú que has creído porque se cumplirá todo lo que Dios te ha prometido”.
Si desarrollamos una relación cotidiana con Dios por medio de la oración, los sacramentos y la práctica de lo que Él nos ha enseñado, estaremos en una senda muy segura, tendremos una carta de navegación muy cierta que nos llevará a puerto.
Otro de los elementos de los que nos habla san Lucas es la inhabitación del Espíritu Santo. Esta presencia, en primer lugar, es un regalo de parte de Dios. Nosotros los cristianos creemos que su presencia es habitual desde el día de nuestro Bautismo, y que interviene de forma ordinaria y extraordinaria para hacernos llegar hasta la vida eterna. Estos son los dos mapas que Dios nos regala para seguirlo y llegar con certeza al cielo: la fe y el don del Espíritu Santo.
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