Lucas: 17, 11-19
En aquellos días, Naamán, el general del ejército de Siria, que estaba leproso, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.
Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó diciendo: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel. Te pido que aceptes estos regalos de parte de tu siervo”. Pero Eliseo contestó: “Juro por el Señor, en cuya presencia estoy, que no aceptaré nada”. Y por más que Naamán insistía, Eliseo no aceptó nada.
Entonces Naamán le dijo: “Ya que te niegas, concédeme al menos que me den unos sacos con tierra de este lugar, los que puedan llevar un par de mulas. La usaré para construir un altar al Señor, tu Dios, pues a ningún otro dios volveré a ofrecer más sacrificios”.
Palabra de Dios.
/R/ El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad.
Cantemos al Señor un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria. /R/
El Señor ha dado a conocer su victoria
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel. /R/
La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y naciones
aclamen con júbilo al Señor. /R/
Querido hermano: Recuerda siempre que Jesucristo, descendiente de David, resucitó de entre los muertos, conforme al Evangelio que yo predico. Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación, y con ella, la gloria eterna.
Es verdad lo que decimos: “Si morimos con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si le somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo”.
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”.
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”. Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.
El texto que hoy nos presenta la liturgia dominical corresponde a la curación de 10 leprosos. Los leprosos hacen algo que no estaba permitido: acercarse a alguien. De hecho, Lucas desea que veamos esta proximidad: “Entrando en un poblado se acercaron (le fueron al encuentro) diez leprosos”.
Jesús atenderá sus súplicas pidiéndoles hacer lo que prescribía la Ley; específicamente que certifiquen la curación de la lepra. Es así como ellos parten, y en el transcurso son curados. De ahí, la importancia del número 10, pues, bíblicamente, significa la totalidad; mas en el relato indica que el último de todos, un samaritano y extranjero, considerado por los demás como un impuro, fue capaz de ver el milagro que había sucedido, y además, regresa para agradecer reconociendo la identidad de Jesús como el Hijo de Dios.
La última parte del texto pone de relieve la reacción de Jesús, quien enseña la necesidad del agradecimiento: “¿dónde están los otros nueve?” Pues no basta con ser curado, se necesita ser salvado. El samaritano, entonces, pasa de haber sido curado a ser sido salvado: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
¿A qué nos motiva el texto? En primer lugar, Jesús no los sana al instante, antes bien, les pide que se “pongan en camino”. La fe auténtica no es un esperar pasivamente a que sucedan las cosas, sino es ponerse en camino con la confianza en la Palabra de Dios.
En segundo lugar, agradecer no es fruto de una conquista, sino la conciencia de los dones que Dios pone en nuestro día a día. Esto nos lleva a comprender que la ingratitud procede de una incapacidad en el arte de amar. Quien ama agradece, y quien agradece es porque ama. En efecto, de nada sirve ser curados, si no somos salvados de la lepra de nuestros egoísmos.
Que el Señor nos ayude a caminar en una fe firme y con un corazón agradecido.
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