Crédito: Especial
Alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman, alégrense de su alegría todos los que por ella llevaron luto, para que se alimenten de sus pechos, se llenen de sus consuelos y se deleiten con la abundancia de su gloria.
Porque dice el Señor: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado. Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo. En Jerusalén serán ustedes consolados.
Al ver esto se alegrará su corazón y sus huesos florecerán como un prado. Y los siervos del Señor conocerán su poder”.
Palabra de Dios.
/R/ Las obras del Señor son admirables.
Que aclame al Señor toda la tierra;
celebremos su gloria y su poder,
cantemos un himno de alabanza,
digamos al Señor: “Tu obra es admirable”. /R/
Que se postre ante ti la tierra entera
y celebre con cánticos tu nombre.
Admiremos las obras del Señor,
los prodigios que ha hecho por los hombres. /R/
Él transformó el Mar Rojo en tierra firme
y los hizo cruzar el Jordán a pie enjuto.
Llenémonos por eso de gozo y gratitud:
El Señor es eterno y poderoso. /R/
Cuantos temen a Dios vengan y escuchen,
y les diré lo que ha hecho por mí.
Bendito sea Dios que no rechazó mi súplica,
ni me retiró su gracia. /R/
Hermanos: No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Porque en Cristo Jesús de nada vale el estar circuncidado o no, sino el ser una nueva creatura.
Para todos los que vivan conforme a esta norma y también para el verdadero Israel, la paz y la misericordia de Dios. De ahora en adelante, que nadie me ponga más obstáculos, porque llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo.
Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ustedes. Amén.
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.
Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”.
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
Palabra del Señor.
El Evangelio según san Lucas muestra que la encomienda apostólica se dilató más allá de los Doce. Un grupo de setenta y dos discípulos extiende la misión por instrucción directa del Señor, mostrando ya tanto el horizonte amplio de los destinatarios del anuncio del Reino de Dios como el dinamismo de quienes reciben dicha tarea.
Aunque Jesús dejó una amplia libertad a los suyos para cumplir con el encargo, les dio también precisas indicaciones que adquieren, por lo tanto, un papel fundacional. Es el llamado que tiene la Iglesia tanto a la creatividad en su misión como a la fidelidad a lo que el Señor le ha confiado.
Por una parte, a los discípulos se les indica que se pongan en camino. El testimonio del Reino los lleva a dirigirse a su destino, sin entretenerse ociosamente. Pero esto no significa moverse indistintamente. Hay una dosis de estabilidad en la misión. Han de quedarse en una casa. Aunque deberán proseguir su camino, no se tratará de un nerviosismo febril. La ecuanimidad y la paciencia no son ajenas al ímpetu misionero.
Por otra parte, el mensaje del que son portadores es preciso. Es el anuncio del Reino de Dios, que se introduce con un saludo de paz. Y no está garantizada automáticamente su eficacia. Si bien requiere el compromiso del mensajero, también habrá de reclamar la apertura y la hospitalidad del destinatario. Es, por lo tanto, un acontecimiento de libertad.
El carácter comunitario de la misión se insinúa desde el envío de dos en dos. La compañía garantiza el reconocimiento de una tarea común, en la que todos van quedando involucrados.
Pero entre las notas más conmovedoras del pasaje tenemos la alegría que experimentan los discípulos a su retorno, orientada hacia lo definitivo por Jesús. Por supuesto, la verificación de la salvación llena el corazón de regocijo. Pero destaca que cada uno de los que participa en la misión es reconocido por Dios. Es lo que significa que sus nombres estén escritos en el cielo. El esfuerzo no alcanza sólo el fruto de la eficacia terrena. El misterio de responder con generosidad al envío lleva la promesa de una recompensa eterna.
La misión se dilata, sí, porque hay cada vez más personas involucradas en la cosecha del Reino, y porque su anuncio llega siempre más lejos. Pero también porque en el cielo se van dibujando ya los trazos personales de cada uno de los testigos del Señor, que articulan las constelaciones que durarán para siempre.
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