En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.
Nos encontramos en este día con el «Domingo del Buen Pastor», cuyo hilo conductor de esta liturgia consiste en comprender el gran amor revelado sumamente en la redención de Cristo. Justamente, la figura interpretativa de este amor misericordioso es la del Pastor que tiene un delicado cuidado por sus ovejas hasta la entrega de su propia vida. En esta alegría pascual, nuestra atención se enfoca en este fragmento de la parábola del Buen Pastor presentada por san Juan; que, si bien, es un pasaje de pocos versículos, contiene una densidad en su vocabulario. Veamos:
Es un verbo predilecto por san Juan; lo encontramos, por ejemplo, en la vocación de los primeros discípulos (1,37). De hecho, la escucha precede el seguimiento. Se puede decir entonces que, “la gracia divina precede toda historia personal y rompe el silencio de nuestra nada” (Gianfranco Ravasi). Escuchar, por tanto, implica la obediencia, la adhesión alegre, y el abandono al Señor que pasa.
Este verbo se enlaza con el amor. Podríamos decir que, en la medida en que se conoce al Señor se acrecienta el amor, y al amarlo se le conoce más. Por eso, este verbo no alude a una dimensión meramente intelectual, sino a una experiencia vital e íntima: “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí”.
Escuchar la voz del Pastor y conocerlo en el amor, suscita implícitamente el seguimiento; en otras palabras, seguir al Pastor no es una imposición u obligación, al contrario, es la «obediencia libre» que se obsequia en la gracia de su amor.
“Yo les doy vida eterna”. En el lenguaje de san Juan, la Vida Eterna no es la infinita extensión de los años (inmortalidad), sino que es algo mucho más, a saber, la vida entendida como comunión con Dios, la paz definitiva en su encuentro; es un estar con Dios mismo. De ahí las palabras de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante […] Quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta”.
En este domingo, supliquemos al Señor que nos conceda una adhesión más profunda a su llamado, sabiendo que Él nos precede para revelarnos el contenido y la forma (la Cruz) del amor; y, en este domingo en particular, eleva una oración por los sacerdotes, para que sean imagen de Cristo, Buen Pastor.
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