En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue.
El que recibió cinco millones fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un millón hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.
Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores. Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco millones me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’. Se acercó luego el que había recibido dos millones y le dijo: ‘Señor, dos millones me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.
Finalmente, se acercó el que había recibido un millón y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu millón bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’. El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el millón y dénselo al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene. Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’ “
Desde el capítulo 24 escucharemos lo que se conoce como el discurso escatológico en el evangelio según San Mateo, también comprendido como el discurso sobre las últimas cosas (del griego eskatós, las últimas cosas). Y es precisamente éste el tema que veremos desarrollar a san Mateo en los últimos capítulos de su Evangelio.
El Domingo pasado se proclamaba en Misa la parábola de las diez vírgenes, cinco prudentes y otro número igual de no previsoras; discurso en el cual se comparaba el Reino de los cielos con aquellas que estando preparadas con el aceite de sus buenas obras, alumbrarían su camino para entrar con alegría al banquete, acompañadas del esposo.
Ahora sucede lo mismo, pero con la parábola de los talentos. El amo que sale de viaje, por un largo tiempo, (el tiempo de la vida), y deja encargados a sus trabajadores cinco, dos y un talento respectivamente. A un juicio rápido y sin mayor fundamento, podría parecer injusta la actitud del Amo que se va de viaje, pero espera frutos a su regreso de algo que no ha trabajado, reclamo que le hace el siervo flojo. Sin embargo, regresa la narración a recordar que el protagonismo del relato no está en el Amo, que va y regresa a pedir cuentas, sino en los trabajadores que han recibido una encomienda, un encargo que es bendición y tarea a desarrollar a la vez.
Trabajadores que somos cada uno de nosotros, a quienes Dios nos ha dado innumerables bendiciones, talentos: familia, trabajo, salud, oportunidad de educación, amigos, creatividad, etc.
Sin ir demasiado lejos, ya se me hace mucho tiempo el que hemos estado con todo el tema de la pandemia y de los semáforos para cuidar nuestra salud. Hemos ya pasado un largo tiempo, sin saber cuándo exactamente llegará la vacuna.
Si fuera una experiencia como la del relato de la parábola de los talentos podrías preguntarte: ¿cuántas cosas has producido en este encierro?, ¿qué cosas lograste?, ¿qué cosas nuevas aprendiste?, ¿en qué aprovechaste tu tiempo?
Si nuestra respuesta es: Señor, tuve miedo, escondí todos mis talentos y con problemas me conectaba a las reuniones de trabajo o a mis clases, no hice nada de provecho en este tiempo, aquí está la vida que me diste, el talento que me encomendaste, lo conservé intacto.
Seguro que el Señor dirá lo mismo que en el relato: Siervo malvado y flojo, ¡quítenle el talento y dénselo al que tiene diez!
Procuremos, todavía en este fin de año litúrgico, “ponernos las pilas” y producir frutos de las bendiciones y talentos que Dios nos ha concedido.
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