Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.  Y decían: ¿No es éste el hijo de José?

Y Jesús les dijo: Sin duda me recitarán aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. Y añadió: Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra (Lc. 4, 21-24).

Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba (Lc. 4, 28-30).

La libertad de ser transparentes

Jesús se mueve con toda libertad. Su presencia en la sinagoga le permite manifestar con toda claridad que la profecía de Isaías se cumple en el “hoy” de su persona. Es tan nítida su explicación, que recibe de quienes lo escuchan una aprobación sorprendida.

Pero una vez que les muestra la cerrazón en que los estaciona su costumbre, se enfurecen contra él y desean despeñarlo. Con la misma libertad, pasa por en medio de ellos y se aleja. El Señor no depende en su acción y en su enseñanza de lo que pueda suscitar la aprobación o el rechazo de los hombres. Se debe únicamente a la voluntad de su Padre. Nunca negocia la verdad de su misión. No esconde dobles intenciones ni pretende manipular a sus oyentes. No es groseramente contestatario, pero tampoco evade las resistencias que genera.

En esta consistencia radica la solidez de su persona y la credibilidad de su mensaje. Es plenamente transparente. Todas sus palabras expresan la verdad de Dios. Toda su operación revela el amor misericordioso del Padre y su designio de salvación. Decir la verdad y hacer el bien puede despertar simpatías, pero también resultar incómodo para quienes sienten amenazadas sus tradiciones o intereses. Aparece entonces la tentación de ser políticamente correcto, de adaptar la verdad a las modas o de acomodar la justicia conforme a las conveniencias.

La dulzura de Jesús y la alegría de su evangelio no tiene nada de blandenguería. Es valiente confianza de quien tiene su raíz en Dios. No es necesario reprimir el gusto ante las rectas satisfacciones, pero tampoco hay que vivir dependiendo de gratificaciones. La prudencia no consiste en un silencio cómplice, sino en hablar y actuar en el momento oportuno. Para ello hace falta también la fortaleza, que sabe asumir las dificultades que comporta el perseverar en el bien. El “hoy” de nuestra vida nos desafía con nuevas modalidades de fidelidad a la verdad y a la transparencia. Como discípulos de Jesús, ungidos con su Espíritu, ahí se encuentra también nuestra identidad y nuestra libertad de hijos de Dios.

P. Julian López Amozurrutia

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