En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
A unos siete kilómetros al sudoeste de Jerusalén, se encuentra la actual población Ein Karem, que quiere decir “Fuente de la Viña”, en la región montañosa, “una ciudad de Judá”. Es un lugar fresco y apacible, donde la tradición cuenta que Zacarías tenía una casa para pasar el duro verano de esas tierras. En total, habrán sido unos 150 kilómetros recorridos por María, en unos seis o siete días, seguramente acompañando alguna caravana donde la mayoría habrán parado en Jerusalén, “la Ciudad Santa”.
Quien llega a la actual Basílica de la Visitación, parece alcanzar a ver todavía a una jovencita judía, recién embarazada, con esa mirada tan especial, de quien sabe que tiene un hijo en su vientre y lo ama; se le alcanzaría a escuchar el grito de: “¡Isabel!, ¡Isabel!”, como se hace en todas las casas de pueblo, donde no hay timbre y, después de subir la colina, tal vez deteniéndose un poco para recobrar el aliento, parece escucharse la respuesta también en voz alta: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, ¿quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?... ¡Feliz Aquella que ha creído que se cumplirá lo que el Señor le ha dicho!”.
Para conmemorar este bellísimo Evangelio, que más que leerlo hay que contemplarlo, ha quedado en Ein Karem una escultura de dos mujeres embarazadas, una de más edad que la otra y con mayor tiempo de embarazo; ha quedado ahí, tal vez para conmemorar el encuentro de los futuros primos, que ya desde el vientre realiza cada uno su misión; uno la de proclamar que el Salvador de Israel está cerca y el Otro, trayendo consigo y en todo lo que le rodea, la alegría, la salvación, la esperanza, la felicidad, la bienaventuranza, la paz.
¿Y qué habrán hecho, en el lapso de tres meses, dos primas embarazadas? Seguramente se habrán ayudado, dicho, compartido, llorado, etcétera, etcétera, como lo hacen todas las embarazadas, y más siendo familiares. Se preguntarían cómo serían sus hijos; alguna de las dos le pasaría un vaso con agua a la que no se puede mover; una levantaría los pies para descansar un poquito, mientras la otra le tranquilizaría o le ayudaría a levantarse a la que está más gordita; quizás se pasarían entre ambas las cosas fuera de su alcance o limpiarían un poco la casa, pero sobre todo compartirían las maravillas que Dios hizo con aquella que era estéril y con Aquella que es Virgen.
Esta semana, platiquemos de las maravillas que el Señor ha hecho en nuestra vida, con alguna persona que se encuentre un poquito desanimada o asustada porque creía que el fin del mundo estaba cerca.
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