Estas son las Lecturas, el Salmo y el Evangelio de la Misa dominical del 8 de septiembre 2024. ¡Conócelas!
Decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”.
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.
Palabra de Dios
R/. Alaba, alma mía, al Señor
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: “Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado”. Al pobre, en cambio: “Estate ahí de pie o siéntate en el suelo”. Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?
Palabra de Dios
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es: “Ábrete”.
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Palabra del Señor
El texto evangélico de este domingo nos presenta la curación de un sordomudo, que ocurre en la región denominada “Decápolis” (deka – diez; polis – ciudad). Según el historiador Plinio, en este lugar confluían diversas expresiones de religiosidad: judíos alejados del judaísmo ortodoxo representado por Jerusalén, personas extranjeras con una religiosidad sincretista entre las divinidades griegas y fenicias; en pocas palabras, Decápolis era una tierra pagana de gran importancia comercial y económica. Este dato contextual es bastante relevante, porque el evangelista Marcos no duda en mostrarnos que, Jesús va al encuentro de las personas extranjeras.
Ahora bien, no puede pasar desapercibida las personas que llevan al sordomudo e interceden por él ante Jesús. La ausencia de sus nombres nos ubica en personas “anónimas” que buscan el bien de la persona y no el reconocimiento de sí mismos. Los lectores de este pasaje pueden ir comprendiendo que, la caridad no es para engrandecer el nombre personal mediante el reconocimiento, antes bien, es buscar el bien del hermano(a).
Y, por último, está el cuadro de la curación con las siguientes expresiones verbales: «lo apartó, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva, mirando al cielo, suspiró y dijo “Effetá” (que quiere decir “¡Ábrete!”)». Esta serie de acciones expresan en primer lugar que, Jesús se compromete personalmente con el enfermo tocando su oído y su lengua. Además, dice el cardenal Carlo Ma. Martini que, lo primero que cura Jesús es la escucha (oídos) y solo así, viene el acto segundo, que es el habla (lengua). De modo que, para sanar un diálogo, lo primero que se tiene que curar es la escucha. Después, Jesús eleva la mirada al cielo y pronuncia “Effetá”, que muestra su intimidad con el Padre, fuente de
todo bien, y la expresión dicha por Jesús no se dirige a los órganos enfermos, sino a toda la persona, mostrando que la curación significa restitución total.
En la Sagrada Escritura, los oídos sordos representan a un corazón obstinado e indiferente. En este sentido, el Papa Francisco nos ha invitado a vencer la cultura de la indiferencia, por aquella del encuentro. ¿Por dónde empezar? Por nuestra propia casa, de hecho, el Papa denuncia esta necesidad con estas palabras: «En la mesa familiar, cuántas veces se come, se mira la TV o se escriben mensajes en el celular. Cada uno está indiferente ante ese encuentro. Incluso en el núcleo de la sociedad, que es la familia, no hay encuentro».
Concluyo con la siguiente oración del monje benedictino Beda el Venerable: «A menudo estamos delante de ti, Señor, como sordos a tu palabra y mudos en la alabanza: rompe nuestra sordera, abre nuestros labios para que proclamen tu gloria».
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