Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén.
Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibido, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.
A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Palabra del Señor.
En el Evangelio encontramos cuatro lecciones del Señor Jesús a sus seguidores para que enfocaran correctamente el seguimiento.
Del primer episodio aprendemos que a quienes rechazan a Jesús y los suyos no se les pueden aplicar castigos desproporcionados y parecidos a la destrucción de Sodoma y Gomorra. Jesús vino a dar la buena noticia de la salvación y esto no tiene nada que ver con hacer bajar fuego del cielo.
Del segundo episodio aprendemos que para ser verdadero seguidor el único criterio es la persona del Señor y no tanto los lugares a donde él vaya.
Del tercer episodio y el cuarto aprendemos a no anteponer los deberes autoimpuestos ni ningún otro tipo de compromiso. Jesús es más que cualquier profeta del Antiguo Testamento, es más que Juan el Bautista y su seguimiento es tan importante como cumplir con el primer mandamiento de la Ley, a saber, “amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas”.
Estos domingos del tiempo ordinario nos irán mostrando que en muchas ocasiones pensamos ser buenos, pero la verdad es que no lo somos. Nuestro criterios de acción no tienen nada que ver con Jesucristo y por tanto impiden que seamos verdaderos discípulos suyos. A nosotros nos corresponde, al recibir la corrección de parte de Dios, el convertirnos de nuestros malos criterios y malas acciones. Nadie nació siendo buen discípulo de Nuestro Señor Jesucristo.
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