En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.
Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
Al Evangelio de este domingo 21 de mayo 2023 se le podría poner como sobre nombre el Evangelio del Emmanuel, Dios con nosotros.
Para releer el capítulo 28 del evangelio según San Mateo, el cual constituye la parte final del mismo, habrá que tener presente que a lo largo de la Sagrada Escritura, incluso desde el Antiguo Testamento, Dios habla a su pueblo en el Monte; ha sido el Sinaí, el Tabor, el de las Bienaventuranzas, testigos de la Alianza de Dios con su pueblo, del diálogo de Dios con su enviado, ya sea Moisés en la tradición veterotestamentaria o el mismo Jesús inaugurando la nueva alianza.
Es en el monte donde pide “descalzarse”, despojarse no sólo de las sandalias, sino de prejuicios y presupuestos en la relación con Dios, con El Sadday; porque se está pisando tierra santa, porque nos disponemos a encontrarnos con El Eterno, es como entrar en el Santo de los Santos del Templo, donde uno puede hablar con Dios e incluso, quedar estupefacto, mudo como Zacarías o resplandeciente como Moisés.
Ahí en el monte, Dios mismo habla con sus discípulos y ¿cómo lo hace o qué les dice?, no es el estruendo del trueno que hace temblar la tierra o el rayo que parte la roca y consume el árbol, sino que es la promesa del confidente, del más cercano de los amigos: “no te dejaré solo” y toma fuerte la mano.
No te dejaré, sino que te amaré en las buenas y en las malas, en lo próspero y en lo adverso dice el sacramento del matrimonio. Es a la Iglesia, la esposa, a la que Cristo promete: “estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Con una promesa de tal magnitud, de tal tamaño, en realidad ya ni nos preocupa cómo ha de ser ese final, del mundo, de la historia o en lo concreto, de la propia vida; porque tenemos una promesa mayor: Dios quien nos creó, quien nos llamó a la vida, estará siempre con nosotros.
De manera que podemos dejar las dudas atrás, esas no corresponden al tiempo pascual, donde nosotros nos hemos encontrado a Jesús resucitado, ya no hay espacio para el temor, para la duda que corroe nuestros pensamientos, no queda espacio para el pecado, cuando todo es gracia al estar con Cristo, al gozar de su compañía.
Seguro que como los discípulos, los golpes y las preocupaciones de todos los días, nos ponen de rodillas ante la fuerza de los problemas, nos espantan las dificultades y nos consume cualquier energía que nos queda, por eso resuena con mayor eco las palabras de Jesús en el corazón de los que lo conocimos: “sepan que Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
¡Qué alivio y tranquilidad!, ¡qué pausa en el clima de fuego! Así, ya bien puede venir el final y puede comenzar una nueva creación, una nueva historia, la historia de Jesús, que resucitando rompió las cadenas de la muerte y nos llama a tener Vida, Vida en abundancia, y llevar esa Vida a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; Vida en Él, Él que vive y reina glorioso y eterno por los siglos de los siglos, Amén.
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