Comentario al Evangelio

Evangelio 2 de julio: El que no toma su Cruz, no es digno de mí

Evangelio 2 de julio san Mateo (Mt 10, 37-42)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.

Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.

Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.

Evangelio 2 de junio 2023: Dignos del Señor

¿Quién es, en realidad, digno del Señor? Tendríamos que decir sencillamente, humildemente: nadie. Pero con esto no hemos dado el paso decisivo. No se trata de reconocer que nadie es digno. Porque esto podría constituir una coartada para excusarnos ante nuestra propia respuesta tibia. Quedémonos en la respuesta personal: Yo no soy digno. Y, sin embargo, el Señor me llama, desde el Bautismo, a una respuesta generosa y total. No es el resultado de nuestro esfuerzo.

Lo que el Señor nos plantea supera siempre nuestras fuerzas. ¿Hay alguien que no ame a sus padres, a sus hijos? ¿Hay alguien que naturalmente desee tomar su cruz para seguir al Señor? Pero eso es precisamente lo que el Señor nos pide. Superar el orden espontáneo de los afectos. No porque sean malos. El amor a los padres es siempre bueno, y constituye, de hecho, el primer mandamiento en el orden del prójimo. Amar a los propios hijos es la reacción normal de quien experimenta su capacidad generativa y es cautivado por su propia progenie. La clave no está en negar el amor, sino alcanzar el amor más grande. Jesús se nos presenta como digno de amor por encima de los lazos naturales, y venciendo las resistencias. Aun aquello que constituye para nosotros una cruz, asumirlo como parte de nuestra adhesión al Señor.

Entendido desde Él el amor más grande, cobra sentido el sentido oblativo de la existencia cristiana. Querer salvar a toda costa la propia vida, pasando por encima de cualquier peligro, en realidad es la garantía del fracaso. Lo que más nos aterra, el perderla, es el camino para reproducir la fuerza salvífica de Cristo en nosotros. Perder la vida por Cristo es la única manera de ganarla en plenitud. Se trata de la lógica opuesta al egoísmo. El que atesora para sí puede creer que está garantizando su seguridad. Ocurre todo lo contrario. El que se encierra, se asfixia. La realización humana, la santidad, sólo se alcanza en el don, en la generosidad, con lo que permitimos que se desencadene el dinamismo de la vida. Entregarse es ganarse. Perderse es conquistarse. Pero no de manera caótica: en Él, en Cristo.

Sólo entonces entendemos por qué hay una recompensa en quienes nos acogen, en quienes nos apoyan. Porque a quien acogen, a quien apoyan, es a Cristo. Si nuestra existencia es verdadera donación, nos volvemos también capaces de recibir el don de los demás, no como una ocasión de aprovecharnos unos de los otros, sino para tener en común la entrega de quienes trabajan por el Reino. De quienes permiten que la semilla dé fruto abundante. Siempre será un misterio. Pero sólo somos dignos cuando, como el mismo Señor, recorremos la ruta de la entrega por amor para el bien de los demás. Entonces, ofreciéndonos, somos rescatados en la misma donación.

Más artículos del autor: Evangelio 4 de junio 2023: Tanto amó Dios al mundo

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

P. Julian López Amozurrutia

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