Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
La primera ocasión en que se apareció el Señor a los discípulos, nos llama la atención cómo Jesús resucitado invoca sobre ellos el don del Espíritu e inmediatamente después los envía a perdonar los pecados. Dentro del conjunto de escritos joánicos, este soplo de Jesús sobre los Doce corresponde a lo que san Lucas narra en Pentecostés.
Pero san Juan, en el Evangelio de este 16 de abril, vincula con mucha mayor fuerza el cometido espiritual y de perdón de los pecados a la efusión del Espíritu. En san Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-28), la efusión del Espíritu Santo tiene más que ver con la evangelización de todos los pueblos, ya que en Jerusalén se encontraban personas de muchas nacionalidades y todos escuchaban la predicación en su propia lengua.
Para san Juan es evidente la unión que existe entre Jesús resucitado, el don del Espíritu y el perdón de los pecados. La vivencia de la Pascua entonces es para nosotros, cristianos de dos mil años después, así como lo ha sido a lo largo de la historia, una gran ocasión de vivir la sanación integral. Así como Cristo se presentó con sus llagas pero totalmente vivo, así nosotros estamos invitados a vivir una experiencia vivificadora.
Resucitar con Cristo no quiere decir que se borre el pasado, lo que el pasado dejó como marca allí está, pero ya no es causa que nos lleve a la muerte. Y esto lo experimentamos, por medio del perdón de nuestros pecados, cada vez que recibimos la absolución sacramental.
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