Evangelio según san Mateo (Mt 1, 18-24)

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.

“Ese gran señor, llamado José…”

El tiempo de Adviento nos presenta año con año algunas personas que, estando estrechamente vinculadas a la Encarnación del Hijo de Dios, se convierten no sólo en modelos para el Adviento, sino que sus actitudes constituyen los pilares de la vida de cualquier cristiano.

Hemos visto, en especial el II Domingo de Adviento, la figura de Juan el Bautista, quien supo preparar el camino del Señor, señalándolo como el Cordero de Dios, a quien había que seguir. De hecho, dos de sus discípulos: Juan y Andrés, irán tras Jesús gracias a su predicación. Así, la figura del Bautista es modelo para todo cristiano, en cuanto que hay que saber descubrir a Dios que pasa por nuestra vida y, ya seamos sacerdotes, padres de familia, maestros, trabajadores, etc., hay que indicar a los demás que nosotros no somos el fin de la historia, sino Dios que va con nosotros, y darle paso a Él, que viene a salvarnos.

El III Domingo de Adviento es también conocido como Domingo Gaudete, por la antífona de entrada, que versa: “Estén siempre alegres en el Señor…”. El evangelio nos sigue hablando del Bautista, quien, estando en la cárcel, manda preguntar al mismo Jesús si es a Él a quien hay que esperar o habrá de venir alguien más. Este Domingo Gaudete viene precedido por la fiesta de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), de San Juan Diego (9 de diciembre), y seguido de la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre), razón por la cual hemos podido reflexionar durante estos días en María como el modelo más puro a seguir, y quien nos invita a esperar con alegría a Jesús, que viene a llenar de esperanza nuestras vidas.

Llegando al IV Domingo de Adviento, la liturgia nos sugiere sutilmente, así como fue toda su vida, discreta, la persona de José, quien inicialmente pensó dejar en secreto a María, pues siendo un hombre justo, era lo que correspondía. Pocas veces en la liturgia nos detenemos a reflexionar sobre la participación de José, el gran hombre al que Jesús aprendió de niño a llamar Abbá, el gran señor a quien ese pequeño Niño aprendió a tomar de la mano cuando se sentía indefenso, aquél gran varón a quien Jesús tomó como modelo de persona, al que vio como héroe cuando jugaba a ser mayor, y de quien heredó no sólo el oficio, sino las herramientas y el físico de un artesano. Tanto nos da miedo presentar a un José vigoroso y buen padre, como si por ello disminuyera la figura de la más grande mujer: María. Es tal el tamaño de estas personas que no por hablar bien de una demeritamos a la otra.

Al ir enriqueciéndonos en estos domingos de Adviento, reflexionando sobre las actitudes de cada uno de ellos, podremos ser mejores cristianos, como aquellos que supieron anunciar y descubrir; esperar en su vientre y en su corazón, y cuidar y proteger al Niño que ha de nacer, como fue Juan, María y José, que en cada semana de Adviento nos han acompañado en la espera de Jesús.

Con esos grandes modelos de personas, vivamos una espera fecunda. Que la Navidad, ya próxima, no sea sólo una cena con regalos, sino el camino acompañado por aquellos que supieron esperar y atender, con sus características propias, la llegada del Mesías a un mundo que tanto le necesita y espera.

Más artículos del autor: El ladrón que se robó el cielo

 

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P. Oscar Arias

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