Comentario al Evangelio

Lecturas de la Misa y Evangelio del Domingo 17 de agosto 2025

Lecturas y Evangelio del 17 de agosto de 2025

  • Primera Lectura: Del libro del profeta Jeremías: 38, 4-6. 8-10
  • Salmo: Salmo 39
  • Segunda Lectura: De la carta a los hebreos: 12, 1-4
  • Evangelio del día: Santo Evangelio según san Lucas: 12, 49-53
  • Comentario al Evangelio

Primera lectura

Del libro del profeta Jeremías: 38, 4-6. 8-10

Durante el sitio de Jerusalén, los jefes que tenían prisionero a Jeremías dijeron al rey: “Hay que matar a este hombre, porque las cosas que dice desmoralizan a los guerreros que quedan en esta ciudad y a todo el pueblo. Es evidente que no busca el bienestar del pueblo, sino su perdición”.

Respondió el rey Sedecías: “Lo tienen ya en sus manos y el rey no puede nada contra ustedes”. Entonces ellos tomaron a Jeremías y, descolgándolo con cuerdas, lo echaron en el pozo del príncipe Melquías, situado en el patio de la prisión. En el pozo no había agua, sino lodo, y Jeremías quedó hundido en el lodo.

Ebed-Mélek, el etíope, oficial de palacio, fue a ver al rey y le dijo: “Señor, está mal hecho lo que estos hombres hicieron con Jeremías, arrojándolo al pozo, donde va a morir de hambre”.

Entonces el rey ordenó a Ebed-Mélek: “Toma treinta hombres contigo y saca del pozo a Jeremías, antes de que muera”.

Palabra de Dios.

Salmo

/R/ Señor, date prisa en ayudarme

Esperé en el Señor con gran confianza; 
él se inclinó hacia mí 
y escuchó mis plegarias. /R/ 

Del charco cenagoso 
y la fosa mortal me puso a salvo; 
puso firmes mis pies sobre la roca 
y aseguró mis pasos. /R/ 

Él me puso en la boca un canto nuevo, 
un himno a nuestro Dios. 
Muchos se conmovieron al ver esto 
y confiaron también en el Señor. /R/ 

A mí, tu siervo, pobre y desdichado, 
no me dejes, Señor, en el olvido. 
Tú eres quien me ayuda y quien me salva; 
no te tardes, Dios mío. /R/ 

Segunda lectura

De la carta a los hebreos: 12, 1-4

Hermanos: Rodeados, como estamos, por la multitud de antepasados nuestros, que dieron prueba de su fe, dejemos todo lo que nos estorba; librémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe. Él, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer su ignominia, y por eso está sentado a la derecha del trono de Dios.

Mediten, pues, en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo. Porque todavía no han llegado ustedes a derramar su sangre en la lucha contra el pecado.

Palabra de Dios.

Evangelio

Del santo Evangelio según san Lucas: 12, 49-53

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega!

¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Palabra del Señor.

Comentario al Evangelio

¡El fuego ya llegó!

“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! ¿Creen que he venido a traer paz a la tierra? No, les digo, sino división…” (Lc 12, 49-51).

Este evangelio nos desconcierta. ¿Cómo puede Jesús, el Príncipe de la Paz, decir que no ha venido a traer paz sino división? A primera vista, estas palabras parecen contradecir la imagen del Jesús compasivo, que sana, perdona y reconcilia. Pero en realidad, nos están llamando a una verdad profunda y urgente: el Evangelio no es cómodo ni neutral. El Reino de Dios, cuando se toma en serio, remueve estructuras, sacude conciencias, exige decisiones radicales.

Jesús no vino a tranquilizarnos en nuestra zona de confort, sino a prender fuego. Y ese fuego del que habla es el del Espíritu, el fuego del amor que purifica, transforma y enciende una nueva vida. San Máximo el Confesor afirmaba: “El fuego divino es el amor que arde en el corazón y purifica al alma de todo apego carnal.” Quien se deja tocar por ese fuego, ya no puede vivir igual.

Este Evangelio nos confronta especialmente hoy, en una cultura que muchas veces nos invita a relativizar todo, a “no incomodar”, a no tomar posición. Sin embargo, vivir auténticamente el Evangelio implica tomar partido, aunque eso implique conflictos. ¿Cuántos cristianos hoy prefieren una fe “discreta”, casi invisible, por miedo al rechazo? ¿Cuántos padres tienen tensiones con sus hijos por defender principios? ¿Cuántos jóvenes se ven solos al querer vivir la castidad, la justicia, la verdad?

Jesús sabía que su mensaje dividiría, incluso dentro de las familias. No porque busque destruir relaciones, sino porque su Palabra es una espada (cf. Heb 4,12), que corta lo superficial para llegar al corazón. San Óscar Romero decía: “Una Iglesia que no provoca crisis, un Evangelio que no inquieta, una Palabra de Dios que no interpela, ¿qué Evangelio estamos predicando?”

El fuego de Cristo no destruye: ilumina, limpia y enciende pasiones nobles. Nos lanza a vivir con valentía, incluso a contracorriente. En tiempos donde la fe es silenciada o ridiculizada, el verdadero discípulo es el que se mantiene firme, aun cuando eso le cueste amigos, prestigio o incluso el cariño de sus seres queridos.

Entonces, ¿qué significa hoy para ti dejarte quemar por este fuego? ¿Qué divisiones estás dispuesto a afrontar por vivir con autenticidad tu fe? ¿Qué máscaras debes dejar para seguir a Cristo con radicalidad?

La decisión es tuya. ¿Te animas a elegir el fuego…?

P. Julio César Saucedo

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