Y haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.
Y lo mismo, les sucedió a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron (Lc. 5, 6-11).
La Liturgia de la Palabra de este domingo tiene como eje transversal la vocación. De hecho, como se puede apreciar en el pasaje evangélico, se narra el inicio de la vocación de Pedro, que va precedido por el contexto de la pesca milagrosa. En efecto, el evangelista Lucas primero nos describe la escena: Jesús está a las orillas del lago predicando la Buena Nueva; así se establece el primer contacto con Simón, al pedirle su barca, en la cual, se sentó para seguir enseñando. Esta descripción es querida por el evangelista porque es el Maestro quien se sienta en su cátedra para enseñar; sólo que, Lucas desea que aprecie el lector que no es cualquier maestro (en griego didáskalos), sino que es aquel que hace cabeza y tiene plena autoridad en su palabra que comunica (en griego epistátes).
Simultáneamente, san Lucas nos describe la conclusión laboral de los pescadores, entre los que se encontraba Simón. Recordando que, el mejor tiempo para la pesca ocurre en la noche, tenemos que, ha sido una jornada de cansancio y desilusión porque ha sido una noche estéril: “hemos trabajado toda la noche, y no hemos pescado nada”.
Tiene entonces lugar, la palabra dirigida a Pedro, por parte de Jesús: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Nos encontramos –lo más probable– en los albores del amanecer, ya las redes, seguramente están lavadas; teniendo además en consideración que, Simón es experto en la pesca. Él sabe que ya no es momento y que un cansancio los abruma. ¿Qué dirán los colegas? La clave está en su respuesta a Jesús: “confiado en tu palabra (en tu nombre) echaré las redes”. Podríamos suponer que es una expresión de fe, pero más que ello, es una forma de delegar una responsabilidad en Jesús por si la pesca resulta un fracaso. Por eso, al término de esta pesca milagrosa, Simón Pedro, cae de rodillas –mostrando un arrepentimiento– con la confesión de su miseria: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
El pasaje nos ilustra en que lo decisivo en la vocación cristiana es el encuentro con Cristo. Sólo en Él se transforma la esterilidad de nuestra indiferencia, en la fecundidad de un compromiso que tiene su razón en la Caridad de Dios.
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